«Mi reino por un… escándalo»

Los amores ruidosos de la historia

A Ricardo Bada, amigo de poner estas historias patas arriba, y quien con su delicioso ingenio hubiera hecho de ellas algo infinitamente más divertido.

Rey Ricardo III.

“Un caballo, un caballo. Mi reino por un caballo”. Grita el rey Ricardo III, al final del famoso drama histórico de Shakespeare. Pero en el 2005, con estos trancones, ¿quién va a necesitar un caballo? En ese caso, tal vez una moto, porque taxis no lo llevan a uno sino para donde ellos van. ¿Y para llegar a dónde? Arriba, por supuesto. Todo el mundo quiere llegar arriba, naturalmente por la vía del menor esfuerzo y en el menor tiempo posible.

Gracias a la rapidez y disponibilidad de las comunicaciones, el escándalo es un mecanismo fácil y económico para adquirir notoriedad. El de tipo sexual resulta el más disponible. Se trata sólo de utilizar el propio cuerpo para darlo. A veces, también se da en cuerpo ajeno.

Personajes hasta ayer oscuros, brillan con el reflejo que les proyectan sus amantes, maridos, conquistas, consortes…ya sea porque a la luz de la estricta moral del siglo XXI las relaciones se llevan de cabo a rabo, pero donde no toca, con quien no toca y, de pronto, simplemente a la hora que no toca. Algunos amantes saben dónde toca, pero no cuándo toca.

En todo caso con el escándalo lo importante es darlo. ¿Después? No hay problema. La luz adquirida por reflexión de la persona amada carga las baterías propias y ya.

Lana Turner.

¿Quién habría sido Stompanatto sin Lana Turner? ¿O el señor Armstrong-Jones, fotógrafo, sin la princesa Margarita Rosa, la de los ojos violeta? ¿O el malgeniado y solitario Rainiero, el de los yates ligeros, sin el sprit, la alegría y el deslumbrante caché internacional que le dio a su principadito la inefable Grace Kelly? La ganancia del escándalo no es, pues, exclusivamente pecuniaria. Es de todo tipo…y de pronto hasta sexual…eso sí no se sabe.

Lo cierto es que a lo largo de la historia el escándalo ha sido una forma bastante económica de adquirir fama, aunque después haya que gastar millones para taparlo. Más les valdría a los escandalosos pagar un anuncio en la prensa, cuyo texto podría rezar más o menos así: “El señor (señorita o señora) Fulano de Tal se permite informar a sus amigos, y al público en general, que mantiene relaciones estrechas con la señorita (señor) Mengana.

Que sí señor, que tienen razón, que esa vez que los vieron en el restaurante El Escondite estaban, efectivamente, cumpliendo una cita de amor, y que se habían citado allí justamente para que los vieran”. ¿Satisfechos?

Cesar y Cleopatra.

No es lo mismo cuando los polos del escándalo brillan ambos con luz propia. Aquí la cosa es quién brilla más. César y Cleopatra VII, por ejemplo, no tuvieron ese problema. Ante todo, porque no había tabloides. Los papiroides no tenían espacio suficiente para cubrir quién se le estaba arrimando a quién. Y el problema con César no estaba en arrimársele, sino en no arrimársele. “Era el marido de todas las mujeres y la mujer de todos los maridos”, dijo Curio, uno de sus últimos generales (citado por Suetonio, en “Julius”, pag.52). Y Cleopatra no se le quedó atrás. “Oh feliz caballo que soportas el peso de Antonio”, la hizo decir Shakespeare, aunque, luego habría que preguntarle al mismo Marco Antonio. Y al áspid! ¿César en el 2005? ¿Qué hubiera sido de él respondiendo ante las cortes por las tutelas, acusaciones de acoso, revolcón, levante o cualquier otra conquista de bragueta…quiero decir de túnica? ¡No le hubiera quedado tiempo para la Conquista de las Galias!

Y aquí es preciso citar a Guy Breton, como lo entendiera el Dr. Carlos Lleras Restrepo en su delicioso tratado sobre los vericuetos del amor “De Ciertas Damas”, (El Áncora Editores, pag. 219). “Los graves historiadores que redactan los manuales escolares hacen de la historia de nuestro país una novela muy aburrida, porque eliminan de ella el amor.

Para ellos, los acontecimientos que han trastornado a Francia a lo largo de los siglos no deben tener sino causas serias, y se creerían deshonrados si confesaran que cierto rey declaró una guerra únicamente porque estaba ebrio de gozo después de una noche de amor, o que la decisión que llevó a una conquista célebre tuvo origen en el capricho de una favorita. Para que se salve la moral se falsea la historia y se deja en la sombra al principal personaje de la historia: aquél que, desde el paraíso terrenal, no ha cesado de resolver los destinos de la humanidad. Porque detrás de los cuarenta reyes que hicieron a Francia en mil años es preciso, como en todas partes, chercher la femme, la mujer, que en la historia de nuestro país está presente a toda hora”.

De la Martinica a Nótre Dame…¿o viceversa?

Napoleon Bonaparte.

Si bien Marie-Joseph-Rose Tascher de la Pagerie nació en la Martinica, en 1763, provenía de una vieja familia de Orleáns y su tío, el Barón de Tascher, era el gobernador del puerto y había sido paje de la delfina Marie-Joséphe, madre de Luis XVI. La educación de Marie-Joseph en el Convento de las Madres de Provincia en Fort-Royal incluyó catecismo, comportamiento y glamur, escritura, dibujo, bordados, danza y música, lo que la convirtió, según Madame de Pompadour, en un verdadero “bocado para rey”. La liberación de nobles después de la caída de Robespierre, la sacó de la cárcel con la cabeza todavía pegada al cuerpo, no así la de su marido el vizconde Alexandre de Beauharne. Gracias a un amante influyente, Paul Barras, y a una buena miga, Mme. Tallien, Josefina recuperó parte de la fortuna de Beauharne y pudo abrir salón. Hasta allí llegó Napoleón, todavía un advenedizo, “flaco y con cara de hambreado”, según ella. La fortuna del corso en el momento le hacía juego perfecto con la cara.

A él, por supuesto, el salón de Josefina lo deslumbró como “el más elegante de París” (Frances Mossiker, “Napoleón y Josefina, pag. 89) y se dedicó a ponerle la cascarita. Se casaron el 9 de marzo de 1796, sin catedral ni cura, en una ceremonia civil, en la que Barras y la señora Tallien fueron los testigos. Eso sí se llama tener buenos amigos. Napoleón enamorado no mostró reatos morales: “Todo lo tuyo me agrada, hasta el recuerdo de tus ligerezas…la virtud, para mí, es en lo que tú la convertiste”, le escribía.

La noche de bodas estuvo llena de mordiscos. Pero no de los recién casados sino de un maldito perro, Fortuné, que la vizcondesa-en-vía-de emperatríz insistió en llevar junto con Napoleón a la cama. “Ese caballero”, cuenta Napoleón, “estaba posesionado de la cama de Madame. Yo quería que se fuera, pero todo fue en vano. Se me invitó a compartir el lecho con él o irme a dormir en otra parte. Lo toma o lo deja”. En el momento más inoportuno, Fortuné le dio al intruso el más tremendo tarascón, del cuál el Corso conservó la cicatriz por mucho tiempo. Para fortuna de Napoleón, y aún más, de Josefina, Fortuné no se llamaba Bobbit, como Lorena, la ecuatoriana casada con John Wayne idem, (nada que ver con el pistolero), quien en una noche de frustración (23 de junio del 93) en que Bobbit no lograba producirle un orgasmo,  por “egoísta”, según declaró ella ante la Corte, le cercenó el instrumento y lo arrojó por la ventana del auto en que se voló decepcionada. La policía logró recuperar la prueba reina y los cirujanos reubicarla en su sitio habitual, sin que se conozcan hasta ahora los resultados del implante. En contraste, el mordisco de Fortuné le afectó al futuro Emperador sólo “alguna parte de la pierna”.

Mientras tanto, en España, Goya se deleitaba con su pincel haciendo mofa de Don Carlos IV y de su esposa, la reina María Luisa de Parma. Basta ver el retrato oficial de la familia, una de las cumbres del pintor de Fuendetodos, donde tuvo la caridad cristiana de no incluir al amante de la reina, el favorito Manuel Godoy, ni de hacer que se le notaran los cuernos a la regia frente del Borbón.

Después de bambalinas

La bella Otero.

La cultura anglosajona se auto impuso la responsabilidad apocalíptica de administrar la gazmoñería, la represión y el tapujo en Occidente. La Reina Victoria cubrió con su inmensa enagua a toda Europa y parte de América.

Pero las sensuales brisas mediterráneas mantuvieron frescos los impulsos de la pasión. Isadora Duncan (la paradoja sajona – había nacido en San Francisco, pero “funcionó” en Europa -), Carolina “La Bella Otero”, Eleonora Duse, Sara Bernhardt, se rasgaron las vestiduras victorianas y se adueñaron de sus cuerpos. Surgió la propia realización de la mujer, acompañada siempre del escándalo. Los cuerpos – ellas no tenían la culpa – desataban tempestades en hogares, joyerías, restaurantes y teatros del mundo. Pero sobre todo en los bolsillos de los admiradores desesperados. Proust sublimizó la relación escandalosa entre el “gentleman” y la “cocotte” en el doloroso amor de Swann por Odette.

El Dr, Lleras nos cuenta cómo La Bella Otero, después de haber sido cortejada por el mismo Zar de Rusia y dejado medio loco al príncipe Petr, quien le decía “Lina, arrúiname pero no me abandones”, recibe casi al tiempo la noticia de los suicidios de Boris Arzov y Jules Payen, que habían sido precedidos por los de un napolitano de nombre Mercato, y el del conde polaco Alex Pirowski. Todos admiradores frustrados por no lograr retener para ellos a la cantante.


El Siglo de las Luces….Rojas!

Benito Mussolini, El Duce.

Todos estos escándalos de fin de siglo XIX fueron sólo un abrebocas para el emporio escandaloso en que el auge del cine, la televisión, las comunicaciones electrónicas y digitales, la revolución sexual y las contra-reformas del neo-puritanismo, neo-fascismo y neo-liberalismo convirtieron al Siglo XX.

“Mi trono por un amor” dijo esta vez Eduardo VIII, abdicando al trono de Inglaterra en 1936 para casarse con la norteamericana y divorciada Wallis Simpson. Desde entonces se convirtieron en el Duque y la Duquesa de Windsor y dieron origen a una de las fábulas escandalosas que alimentaron el morbo del siglo: indagar entre las camas de los famosos. No necesitó de ello Benito Mussolini, quien al lado del amor “digno” por su esposa Raquel y sus hijos conservó un harén de mujeres de todos los pelambres conformándose con llevarlas hasta la ventana: “El Duce tenía sus gustos bien definidos por los senos opulentos…las piernas firmes, sin importarle si estaban depiladas o no. Incluso el color de los cabellos era para él indiferente; amó a la rubia Raquel, la pelirroja Sarfatti, la morena Claretta y un número no precisado de las de cabellera castaña.

Si ya había gozado del favor de una mujer, la tomaba sobre el tapete, junto a un escritorio; si no, sobre las gradas de piedra de alguna ventana de su estudio, y no se quitaba siquiera las botas. Prefería las mujeres maduras y Claretta fue una excepción…ninguna, fuera de ella, logró mantenerlo por largo tiempo. En verdad, le fue constantemente infiel, pero ¿a cuál no le fue? Hubo al menos cuatrocientas mujeres en la vida del Duce”, (De Ciertas Damas). A manera de agradecimiento y como reconstruyendo la escena final de Tristán e Isolda, de Wagner, compositor estrella del fascismo, Claretta se atraviesa entre el Duce y las balas justicieras “a nombre del pueblo italiano” de los “partigiani”, el 28 de abril de 1945.

La Dolce Vita

París.

El final de las guerras mundiales consolidó la preponderancia norteamericana en el panorama del mundo. La empobrecida Europa miró hacia América y fue aquélla la encargada de forjar en estas tierras de promisión “el sueño americano”. Hollywood, Nueva York, Chicago, son ahora las metas hacia donde miran París y Londres. Los Cabot y los Lodge, Goodyear, Rockefeller, Ford y Harst instauran la aristocracia del dinero. Un blanco perfecto para los escándalos.

El escándalo como perspectiva de lucro económico necesitaba  maduración y la visión genial de un Federico Fellini. Al bautizarlo con nombre propio, Paparazzo, palabra inventada por Fellini para dar nombre a un fotógrafo de papel secundario en el clásico del 60, La Dolce Vita, el director italiano extendió carné de identidad a una profesión que ha originado casi tantos nocauts como el boxeo y que se convertiría en la materia prima para instaurar el multimillonario negocio de invadir con la cámara la vida privada de los famosos. Pareciera que Fellini hubiera puesto en práctica el “principio” establecido por Lope de Vega desde 1609, en El Arte de hacer comedias en este tiempo nuevo: “Escribo por el arte que inventaron  Los que el vulgar aplauso pretendieron  Porque, como las paga el vulgo, es justo  Hablarle en necio para darle gusto”.

Mucha letra de molde ha corrido respecto de los supuestos “affaires” entre John y Robert Kennedy (ambos q.e.p.d.) y Marilyn Monroe (idem), la Otero de plástico y celuloide de la primera mitad del siglo XX. Todo ha quedado en bla,bla,bla y no hay fotos ni documentos que comprueben o refuten los tales rumores. No así con el tercer hermano Edward M. Kennedy, quien le endilgó el q.e.p.d. a su compañera de asiento en un carro, la pobre Mary Jo Kopechne, una noche de tormenta en la Isla de Chappaquiddick, en julio de 1969. El coche cayó por un puente, Kennedy nadó hasta la orilla y Mary Jo sólo dijo glu,glu,glu. El no avisar a la policía a su debido tiempo inhabilitó a Edward para postularse a la campaña presidencial de 1972.

Jackeline Kennedy

El verdadero gol del siglo a la prensa cazadora de escándalos, a los paparazzi, a las páginas sociales y, muy seguramente, hasta al propio clan Kennedy, se lo metió la viuda más apetecida del planeta en ese momento, Jacqueline Bouvier Kennedy, cuando anunció su boda con el magnate griego Aristóteles Sócrates Onassis. Cuál se vieron las agencias de prensa para montar despachos internacionales por fax y telefoto en los que difícilmente había una “toma” suficientemente comprometedora de la pareja.

Al autor de esta nota le consta personalmente el drama que se vivió la noche del 20 de octubre de 1968 en el hermoso edificio Deco de Rockefeller Center, sede de la Associated Press, en cuyo archivo fotográfico trabajaba. Los jóvenes encargados de encontrar “el documento” en las enemil carpetas que constituían el archivo fotográfico más completo del mundo revolábamos en cuadro escarbando dónde en el sublime coño podía haber una foto de la pareja. Jacky con perrito, Jacky comiendo uvas, Jacky de compras, nada… y el jefe al borde del infarto, corriendo y maldiciendo como un endemoniado, porque los teletipos estaban bloqueados con los apremios de los periódicos del mundo entero por “algo” de Jacky con Ari. Es el romance más cuidadosamente guardado en su etapa de gestación, así los hayan captado viríngos los teleobjetivos que los paparazzi montaron luego alrededor de la isla Scorpios. ¡Ya para qué! Jacky y Ari estaban ungidos por la bendición de un obispo ortodoxo. ¡Así no es gracia!

Christine Keeler

Por esta segunda mitad del siglo, Inglaterra recuperó su fuero como sede de los escándalos mundiales, gracias al caso John Profumo, de 48 años, Secretario de Estado para la Guerra y Christine Keeler, de 21, aficionada a las llamadas no por sino para cobrar. Profumo tuvo que renunciar a su puesto y al escaño en la Cámara de los Comunes (5 de junio de 1963), por mentir bajo juramento cuando negó sus relaciones con la “modelo” y “muchacha de fiesta”, quien a su vez – siendo Primer Ministro Harold Macmillan – tenía un affaire con el capitán Eugenio E. Ivanov, de la Embajada Soviética en Londres. La seguridad del Reino se veía en serio peligro y un eventual calentamiento de la Guerra Fría. El presionar cualquier botón no deseado en el lecho de la Keeler podía desatar el despelote nuclear.

La princesa Margarita tiene que llorar sus ojos violeta por el amor del capitán Peter Townsend: es divorciado. Se consuela casándose y armando caballero a un fotógrafo de oscuridad relativa, para luego separarse y consolarse de nuevo, sobre el azul del Caribe, con  algún joven cantante de rock. Su sobrina Ana, se separa del teniente Mark Philips, mientras sus tres hermanos, entre ellos el hasta entonces heredero a ser rey de Inglaterra, buscan sus consortes entre actrices porno, starlettes de vaudeville o en el mejor de los casos jovencitas con algún tinte azul en la sangre, que luego les resultan Fergies: (playa, brisa y mar y besitos en el dedo gordo del pié, delante de la real bebita! de parte de un fulano de quien sólo la esposa y Fergy supieron de dónde diablos había salido). Hasta ese momento la mejor librada era Diana, que se mantenía incólume (por algún tiempo) en su digna belleza, mientras Charlie le declaraba por teléfono a Camila Parker- Bowels que no podía vivir sin el delicioso aroma de sus bragas. Como se vió, ni tantos años después, el aroma triunfó, con la ayuda de una maldita columna que se le atravesó (amanecer del domingo 31 de agosto de 1997) en el túnel del Puente del Alma en París, a un Mercedes 600 que llevaba despepitados a una Diana, ya divorciada, y a su amante el multimillonario egipcio Doddy Al-Fayed, huyendo de los paparazzi, aunque otros aseguran que escapaban de los sicarios del reino.

La Pincesa Diana de Gales

La conmoción mundial por la muerte de la princesa y el heredero de la tienda Harrod’s, originó el espectáculo más grande del siglo: un funeral suntuoso transmitido en directo a todos los rincones del planeta, comparable al que había sido el de su  boda con el príncipe Carlos, o a la magnificencia del otro evento mediático que marca siglos, ya en el XXI, el entierro del Papa Juan Pablo II.  Pero en su momento la conmoción mundial  fue ocasionada por el olor de las bragas de Camila y comercializada por el periódico The Sun, en “defensa” de la perjudicada Diana. El periódico puso a disposición del público el derecho a oir unas cintas con la supuesta voz de Diana y un interlocutor masculino- la venganza es dulce, dicen –  en una conversación amorosa de 23 minutos, a razón de 11 libras (US$22) la llamada. Entraron a la línea caliente del periódico más de 20.000 llamadas el primer día de la promoción, 25 de agosto de 1992.

En Estados Unidos la cosa es “negra”

12 páginas de la revista U.S, News & World Report (Oct. 12 de 1992) están dedicadas a “celebrar” un primer aniversario singular: el escándalo precursor de la moda del acoso sexual. Anita Hill, una ex secretaria, acusa a su jefe Clarence Thomas, aspirante a un escaño en la Corte Suprema de Justicia de los E.U.  En un gobierno conservador como el de George Bush, padre, el proceso se politiza y la confusión de dimes y diretes va de una periodista que respalda a Hill declarando que Thomas le preguntó por la talla del brassier (que horror! que acoso!), hasta la manipulación para combatir las ideas conservatizantes de Thomas sobre pornografía, aborto y discriminación en el trabajo. Las diez páginas del News son un balance del más descabellado proceso, que estuvo a punto de dar al traste con la brillante carrera de un profesional negro, por las delirantes acusaciones de una mujer de su raza, manipulada por intereses políticos, que finalmente salió a perderse. Thomas  logró su escaño. Sin embargo, los mismos conservadores gringos que habían creado el escándalo, tan dispuestos siempre a encontrarle “el lado bueno” hasta a un bombardeo sobre una aldea miserable de Irak, enarbolaron la bandera de la Hill como el supuesto símbolo del comienzo de la reivindicación de la mujer ante el acoso sexual. El brassier de esta valiente negrita podría tomarse como un gorro frigio…ciertamente no frígido, pero doble!

Menos “positivo” el asunto entre Mike Tyson y Desireé Washington. Él, campeón de los pesados, rompió el record de Rocky Marciano con 49 peleas ganadas sin ninguna derrota, aplastó a Michael Spinks en 1988 y declaró entradas millonarias por pelea. Ella, candidata a sus 18 años por Rhode Island, su tierra, al concurso de Miss América Negra, lo acusó de violación mientras estuvieron hospedados en el mismo hotel. A pesar de que la defensa de Mike alegó que la Washington había entrado voluntariamente a la habitación; la defensa de ella contra atacó diciendo que esto no  autorizaba al púgil a pegarle semejante knock-out a la niña. Tyson fue condenado a seis años de prisión (19 de julio de 1991) por la Corte de Indianapolis, de los que pagó tres y aprovechó para convertirse allá adentro al islamismo. A Desireé parece que sólo le quedó la encantadora traducción de su nombre, también con resonancias napoleónicas, Deseada.

El escándalo Hart-Rice costó una candidatura presidencial. El senador demócrata (ya era hora de dejar descansar a los conservadores!) y candidato a la presidencia en 1988 Gary Hart, cometió la imprudencia de sentar sobre sus piernas a una despampanante modelo Donna Rice (ella sí “conservadora”) mientras navegaban por las idílicas aguas del Caribe y pasaban una noche de descanso en la islita Bimini, de las Bahamas. Retomando la teoría del expresidente Carlos Lleras de que la Historia, esta sí con mayúscula, está hecha de pequeñas historias, podríamos atribuir a la sentada de Donna Rice sobre el canto de Gary, y más encima en un yate de nombre Monkey Business (“negocios sospechos”) el habernos ganado la dinastía Bush como señorones del mundo. Hart tenía casi ganada la nominación demócrata a la pelea por la presidencia, enfrentado a un Michael Dukakis, algo débil y anodino.

Comenzaron los rumores de infidelidad conyugal (propiciados por el Miami Herald), un pecado que la férrea moral puritana no perdona jamás. Allí antes que serle infiel a la mujer, es preferible matarla. Hart retó a los periodistas a que “le siguieran la cola” si querían comprobar algo y estos, ni cortos ni perezosos, le obedecieron. Lograron la prueba reina, la  foto de Donna sobre el canto de Gary, aunque algo movida por el vaivén del Monkey en plenilunio caribeño. La historia salió aterrorizadora e inflada en la edición dominical del Herald de mayo 3 de 1987.

Donna se bajó del canto con la misma velocidad con que cayeron las encuestas por Hart, se volvió neo-cristiana y se dedicó a combatir la pornografía y otras groserías por Internet. Él y su mujer alegaron inocencia, Donna era una amiga querida y no una querida, amiga de la casa, y Dukakis fue derrotado por George, “father”. Así el choque de civilizaciones del siglo XXI parece haberse definido por el descuido de haber puesto una dona sobre las piernas, en vez de ponerla sobre un plato, el lugar más apropiado para comérsela.

La “gaité” del XXI

La palabra “gay”, que en inglés y en francés significa alegre, perdió su sentido original y adquirió casi el carácter de antónimo, a raíz del “triste” desenlace que han tenido algunos escándalos propiciados por ilustres prelados de las iglesias católica, protestante, judía, ortodoxa griega, islámica, etc., etc., en ejercicio.

Michael Jackson

El siglo XXI ha descubierto el valor del escándalo como “arma de destrucción lasciva” y un nuevo valor económico ha surgido “a posteriori”: Si los escándalos de tipo social, frívolo, mundano podrían alcanzar y traspasar el concepto de lo “cómico”, según los principio establecidos por Henri Bergson en su lúcido estudio sobre La Risa, el asunto pasa a lo trágico, ante la renuncia de un Arzobispo de Boston, no por acción sino por encubrimiento de sus muchachos, trasladados de una parroquia a otra, aplicando la filosofía del famoso chiste de “vender el sofá”. Pero adquiere el carácter de lo tragicómico cuando esos ex larvas de curas y muchos laicos de 60 y 70 años, salen a llorar ante las cámaras y a reclamar jugosas “indemnizaciones” por refregadas que padecieron cuando tenían 16  años y que ahora, bienvenida sería esa platica que les autoriza el auge de la nueva inquisición.

La transmisión del juicio a Michael Jackson tuvo prendidos al televisor a millones de televidentes en el mundo entero, por las 24 horas, durante semanas y semanas. El más triste de todos estos eventos mediáticos, es el escándalo que se quiso crear con la patética figura del actor Rock Hudson, víctima del Sida, deambulando exánime por las calles de París, hasta llegar al hall del Hotel Ritz, donde habitaba, y caer casi muerto, pocas horas antes de morirse definitivamente. Toda esta perspectiva en que la ética queda relegada a un divertido recuerdo, pone de presente que el versito de Lope es hoy infinitamente más actual de lo que el Fénix de los Ingenios se imaginó que podría “impactar” en 1609. Pero, paga el vulgo? O las paga el justo.


hernandojimenez@etb.net.co
Bogotá, D.C.
(Sin fecha en el original, HJ) )

Sobre Hernando Jimenez

Un comentario

  1. Hilda de Yepes

    Felicito al Director del magazine, VerBien, por la publicación de esta magnífica síntesis de «escándalos». Todos los escritos que conozco (y he degustado) de Hernando Jiménez, tienen el humor inconfundible del «cachaco bogotano», además de la ética para tratarlos, sin ofender, y de la estudiosa documentación para producirlos. Su libro, «Un siglo de ausencia», (Página Maestra, ed.) es un referente para aquellos que no alcanzaron a vivir la segunda mitad del Siglo XX, tanto por el vocabulario de época, como por los acontecimientos que se tocan, como marco de esta autobiografía. Qué agradable estilo, solo por pocos cultivado.

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