La última guerra V

El hombre pasa la vida improvisando representaciones, y al fin de cuentas lo único que queda de él son los disfraces con que estuvo actuando.
Tal vez había estado soñando con el pasado, porque despertó con deseos de hablar de Palmasola. Antes la guerra, las tierras que rodeaban a Solodios fértiles, exceptuando los pantanos del norte. Ha oriente quedaba su hacienda, relativamente cerca del pueblo. Diez minutos a caballo. Allí había vivido y noches inolvidables con Adriana; allí nacieron Lunaluz y Lucas. Palmasola era como una extensa bendición donde crecían los trigales, las enormes cuadras sembradas de maíz, los potreros de pastoreo. La casa, amplia y llena de luz, alzaba sus paredes blancas en el centro del jardín sembrado de donsenones miosotis, de hortensias y claveles y rosas. Esa cultivada y bien cuidada era un monumento vivo paz, y caminar por ella era como andar por una prometida donde la felicidad se podía coger con estirar la mano, como las manzanas de un árbol infinito.
Frida le dio un café y un disfraz de labriego: alpargatas de fique, pantalones y camisa de dril ruana y sombrero de alas anchas para que se protegiera del sol. Claro que ahora el sol era apenas un recuerdo para los mayores y un desconocido para los niños habían nacido bajo el imperio de la lluvia. Pensó Peregrino que en Solodios escasearían los niños, porque desde hacía varios años los hombres o andaban fabricando armas de día y de noche o estaban a medio sepultar entre las tumbas anegadas de las trincheras. Las mujeres podían hacer solas los oficios de la agricultura, barrer los escombros de las calles y ahuyentar a los mulantes de occidente; pero no podían embarazarse sin la ayuda de los hombres, y a éstos la guerra —la más insaciable de las hembras— no se los prestaba.

Los que antes fueran caminos ahora eran cauces de agua sucia. Por ellos se alejó del pueblo y se metió en el campo pestilente y podrido por el invierno. Los pájaros se habían ido muriendo en nidos que desbarataban las tormentas, y los animales domésticos se acabaron a medida que las raciones para los soldados se hacían más numerosas.

Cuando divisó entre la cortina de la llovizna la casa de Pálmasela, sintió un vuelco en el alma. Las paredes eran grises, leprosas, y las ventanas estaban cerradas como ojos ciegos. El jardín había muerto. Las que años antes fueron parcelas de flores eran cuadros caprichosos de barro y de basura. Quiso acercarse al portón desvencijado y una ráfaga lo detuvo en seco. Lo sorprendió el ruido de los disparos como una blasfemia en la mitad de un trisagio. De la casa salió un hombre alto, barbado, el pelo largo, los ojos sin futuro, las manos crispadas sobre una metralleta, uniforme de soldado y gestos de desconfianza. Lo seguían otros, pero Peregrino Cadena no les vio las miradas sino solamente la pupila de los fusiles.

—Soy el Comandante Policarpo— dijo el hombre.

-Y yo soy el dueño de esta hacienda —dijo Peregrino.

—El único dueño es el Estado —alegó el milita Y añadió— Hemos confiscado todas las tierras. Le guerrilleros estamos vigilándolas.
—Así que ustedes son comunistas —murmuró Peregrino.

—Se equivoca —dijo Policarpo— somos 1 derecha del cambio. El comunista es usted, que ni quiere darnos lo que tiene para repartirlo entre lo demás. El comunista es usted que posee tierras ganados para sí solo, y no se decide a compartidos Nosotros somos el futuro, vamos a dominar el país y i gobernar el mundo. El fascismo es la única ideología que les conviene a las actuales generaciones. El comunismo debe morir. La izquierda es de todos modos la mano equivocada. Nosotros formamos el ejército de la redención. Respetamos la propiedad, y por eso afirmamos que la tierra no tiene dueño porque en la noche de los tiempos nunca lo tuvo. Vemos con buenos ojos la familia, pero la gran familia humana de la que todos los derechistas somos parte. Y defendemos la tradición, que está indicándole al mundo que siempre las derechas han terminado por dominar el panorama político en las diferentes épocas de la historia.
—Esto era tradicionalmente propiedad de mi familia —alegó Peregrino, que pensó resumir en una sola frase los postulados ideológicos del movimiento.
—Usted es comunista, y como tal debe morir para darle paso a las nuevas doctrinas —dijo Policarpo—. Pero para que sirva como emisario de nuestras ideas, lo dejaremos suelto. Usted es un campesino, y le pescaban entre ellos los que ya casi agonizaban, para que su trabajo de prepararlos para el quirófano fuera más breve. Peregrino tropezó con uno que se arrastraba fuera del alcance de los médicos, pero los autopsiadores lo alcanzaron, lo perforaron, lo analizaron, lo cosieron y lo declararon clínicamente muerto por la guerra, la enfermedad que estaba de moda desde hacía años.

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