¡Infames!

(Imagen: El Cronista-VBM).

En el momento de escribir estas líneas Colombia batió récord en la pandemia; 28.624 casos/día y 545 fallecimientos. Pero el enajenamiento social nos tiene indolentes: ya no importan estas cifras y la soñada inmunidad de rebaño será estampida de carneros bajo el lema: ¡a quien le tocó le tocó! Un país sensato reflexionaría que hacer antes estas cifras que han llevado al colapso de nuestro sistema de salud.

Ayer teníamos ocupación de 100% en camas hospitalarias y no hay disponibilidad en UCI. Mi caso, de las 4 cirugías prioritarias programadas fue necesario cancelar dos. Un tumor cerebral que se avecina peligrosamente al área motora y puede dejar a este profesional con incapacidad motora y disfuncional.

Otra cirugía, el alivio del dolor craneofacial en paciente desesperado por la neuralgia del trigémino. Es conocida ésta como el “dolor del suicidio”, pues la intensidad es tan severa que al enfermo le provoca acabar con su existencia (muchas personas se quitaron la vida pues no había tratamiento eficaz. Hoy es una de las cirugías más exitosa en resultados). Que harían ustedes si fuese un familiar a quien hay que decirle con pesar: “lo siento, no podemos”. Hace un par de semanas llegué tarde a quirófano por los trancones que ocasionan los bloqueos. Una urgencia vital: hemorragia cerebral y quería operarle en la ventana terapéutica precoz, las primeras dos horas. Un atraso de 45 minutos marca la calidad funcional del enfermo que no da espera y aumenta sus posibilidades de vida. Veo en las pupilas tristes del equipo la impotencia y el disgusto de no poder ayudar. El grupo administrativo saltando montes para conseguir la esquiva cama en UCI. Los anestesiólogos ajustándose a la nueva programación que cambia permanente. Habilitando hoteles con las pacientes menos graves y los corredores llenos de silla mientras una cama se desocupa.

Los pacientes de la UCI tienen estancia prolongada, la rotación de camas es lenta. Todo el proceso de lucha y cuando fallecen, el protocolo de preparación para que otro ser humano llegue en condiciones precarias y con una hendija de esperanza. El personal sanitario está dejando el alma en su trabajo, su vocación esta entregada y su capacidad en el límite. Estamos cansados de hacer triage ético y de escoger por quien luchamos y a quien dejamos a merced de la historia natural de la enfermedad. Estos no son relatos de la imaginación o del realismo mágico del caribe que me acompaña. ¡NO! Son los hechos vividos por un neurocirujano sénior en las dos últimas semanas en Bogotá. Solo puede exclamar: ¡Por Dios, déjenos ayudar!

Y en esta madrugada que no aclara veo algunos titulares y encuentro la estocada que desangra mi vocación: “Toma de Bogotá, 9 de junio”. La primera palabra que me viene: ¡Infames! Mi grupo quirúrgico se sorprendería con esta expresión, después de 40 años de quirófano donde me ha pasado de todo y muy pocas cosas sorprenden. Es el epitafio de la orfandad que sentimos como recurso humano en salud cuando leemos convocatoria como esta. Es una invitación para endulzar al terrorista SARS-CoV-2. Ataca por todos lados y cuando llega la fuerza pública ya no está. Solo queda la huella: 90 mil muertos 3.5 millones de contagio, como la población de Cali, la destrozada.

Surge una pregunta de sentido común: ¿a quién representan los señores de la invitación? Estos anfitriones, ¿en qué certamen democrático los eligieron? ¿Hubo votación? Llevan malquerencias individuales o consensos incendiarios de grupo. Estrictamente, ¿el sector de la salud está representado? En que mente sensata, con esta situación que están viviendo los hospitales en Bogotá, se le ocurre este anuncio. Como una patada, echar por la borda el aforo y hacer la convocatoria delirante: “sálvese quien pueda”. Se van a dar el lujo de unir las olas 3,4 y 5. Revolcón epidemiológico señores del paro y cultivadores del caos. Es una diatriba contra Colombia esta diabólica llamada. Si el clamor de la protesta incluye mejorar la salud pública, ¿es necesario crucificar más colombianos?

Hemos pedido respeto y apoyo a las políticas públicas bien intencionadas que buscan frenar el mortal ascenso de la pandemia. Pero, sobre todo, la adherencia a los protocolos y cuidar al personal que las ejecuta. ¿Qué sentirá el intensivista que expone todos los días su vida para cuidar a uno de los pacientes críticos infectados con COVID? Puede ser un familiar o un vecino. O en esta siringomielia (enfermedad donde se pierde la percepción del dolor, el enfermo se quema sin darse cuenta) solo se siente cuando es de la propia sangre,

El mundo al revés, la prudencia patas pa arriba, la cordura en podálica y transversalidad del compromiso social imaginaria. Los sociópatas viven en el mundo con la cabeza abajo, son impulsivos y carentes de falta de remordimiento. Disfrutan empujar el rebaño hacia la carnicería y no asumen la responsabilidad de sus actos.

Las paradojas: en una clínica de provincia, (Laura Daniel), donde respira el vallenato que oxigena los mangos de la inspiración, Carlota, luchando contra la adversidad de la COVID-19, terminó intubada su embarazo y dio luz a la vida. Un recién nacido prematuro quien en útero tuvo sufrimiento fetal agudo y superó dos paros respiratorios. Vaya ejemplo de longanimidad. Y unos “representantes” de las mayorías sumisas abren las puertas trágicas de las corralejas para que los cachos del SARS.CoV-2 atropellen a los colombianos.

¡No hay derecho!

La peor: la codicia

En la cartografía del cerebro, el cuerpo estriado se ubica en la parte profunda del cerebro. Es un componente de los ganglios basales y es una porción de la sustancia gris que se conecta directamente con corteza cerebral. Uno a cada lado de los hemisferios cerebrales. Los localizamos donde se cruzan la línea imaginaria que parte desde la pupila con la que sale del pabellón auricular. Son esas fresas planas que vigilan el cauce del líquido cefalorraquídeo. Con los estudios del comportamiento y la investigación en neurociencias se ha observado que esta zona en particular guarda relación con la activación o no del cerebro de las personas codiciosas. Las imágenes de resonancia magnética funcional demuestran exagerado coloración lo que ha permitido ubicar la génesis de la codicia en los estriados dorsales que están en el interior del encéfalo.

A pesar de que la evolución la enterró muy profundo en el cerebro para que no saliera, la codicia tiene unas vías que la ambición desmedida habilita y emerge sin freno este comportamiento delirante y perverso del individuo. La codicia es una de las emociones ponzoñosas. La naturaleza la alojó hondo, la enredó para que los sustratos bioquímicos en su generación guarden relación con la disminución en la producción de la serotonina cerebral y la escasez de la oxitocina, mensajero del afecto y del apego.

El codicioso es un ser egoísta, carente de empatía. Inseguro, se aferra a los bienes materiales y el poder. Para mantenerse hacen toda clase de artimañas. Tan notorio que después de permanecer en un periodo largo en un cargo las personas cambian en su forma de pensar y de comportarse Engañan, manipulan y son propenso a caer en la miopía del futuro. Los satisface la recompensa inmediata y no miden las consecuencias futuras de sus actos. Son devotos de las coyunturas y especialmente aquellas que les permiten perpetuarse en las posiciones de mando. Ignoran los puntos de vistas de sus compañeros: no conocen la palabra suficiente. Quizá por eso se ha descubierto que la capacidad de juicio y raciocinio está comprometida y sea esta la razón que su área prefrontal es estructuralmente débil y marcadamente deficiente el lobulillo prefrontal ventromedial, el de la empatía.

Una de las características de la codicia es que son depredadores de los conglomerados sociales. Mezquinos y con un término que los define: son pleonéxicos. Los tiempos no existen, son insaciables. Se sienten irremplazables. Confunden los valores y se mueven bajo la consigna que es más importante tener que ser. Los valores y hacer las filas no importan. El plan de vacunación trae varios ejemplos: la ministra que renunció en Perú, el empresario canadiense que simuló ser trabajador y el arzobispo disfrazado de viejo en España son algunas muestras de esos seres humanos incapaces de esperar el turno o cerrar los ciclos.

Rodolfo Llinás ha dicho que “el alma está en el cerebro”. Cierto, la codicia en el cuerpo estriado y la corteza prefrontal al igual que quienes se saltan la fila captan menor en el córtex del cíngulo anterior.

Se estima que uno de los métodos más importantes para prevenir la generalización de la codicia es la denuncia pública. La vergüenza de la ilegalidad frena en algunas ocasiones que estos comportamientos reprochables se repitan. El control y la sanción social son herramientas valiosas para hacer de nuestro espíritu gregario un escenario de crecimiento y de igualdad de oportunidades. El espíritu de las democracias es el pluralismo y la rotación el equilibrio del poder.

En estos días he entendido claramente porque la codicia la comparan con el agua salada. Entre más se toma más sed da. ¿Qué hacer en esta patria donde la codicia es la madre de la corrupción? Aparece como salvavidas la educación y su poder que tiene para cambiar el sistema de recompensa desde niños. Razón tenía Mandela cuando afirmaba que la educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo. Pero no la educación instrucción sino la emocional. La instrucción transmite conocimientos, la educación permite descubrir valores. La que cambia los sentimientos y regula las emociones. Ese escudo que protege de las emociones negativas, como la codicia, y llena la amígdala del lóbulo temporal, nuestro regulador, de principios positivos como la empatía y la munificencia.

 A nuestros muchachos hay que enseñarles ambición y metas, hay que mostrarles principios y untarlos de generosidad. Este es el gel del ciudadano: el que respeta la fila, el que lo mueve el altruismo y el que entiende que la felicidad no es poseer sino compartir. (Por: Remberto Burgos de la Espriella).

Nunca dejemos de soñar

Se necesita un gran esfuerzo para escribir sobre la esperanza y habilitar los sueños de construcción de un nuevo país. Esta semana la causa del insomnio vino del alma. El secuestro, la tortura y el infame asesinato del Doctor Fabio Hernández Salom a quienes mentes perversas lo raptaron de su familia. Los hampones que se lo llevaron querían lastimar y dejar huella. Lo lograron: un tiro de gracia en el frontal del colega, área del cerebro que alojaba su vocación y sus sentimientos. Quizá la mejor definición de la bondad del doctor Hernández me la escribió un amigo desde esas Sabanas de luto del Viejo Bolívar: “de los pocos directores del hospital de Corozal que no se robó un peso.”

Las cifras mencionan que en el 2020 hubo 48 colombianos secuestrados. ¡Por Dios, no debe haber uno! Este delito abominable, execrable, lleno de vileza y atrocidades reflejo de mentes maligna, debe desaparecer de Colombia. Los responsables, después de un debido proceso, merecen la pena más severa que la justicia pueda otorgar. Nada de facilitar la cultura del sapo. Que paguen esta afrenta que expone la perversión del alma humana. Confiemos en el puro dictamen de nuestros jueces.

Pero la agenda del país la llena la vacunación y su implementación. Ya están en brazos de colombianos 33.140 dosis. El esfuerzo del gobierno es mayúsculo y hay que aplaudirlo. Si a Duque le va a bien a Colombia le va mejor. El reloj de su mandato está en las 4 p.m. No obstante, esta campaña de salud pública necesita responsabilidad en su efectiva difusión y menos reflectores de distracción. Ver, por ejemplo, la pintoresca foto (El Meridiano) de funcionarios regionales cargando la caja de las primeras vacunas, solo produce sonrisa triste y vende alientos politiqueros que deben estar lejos de las chuzadas.

Recuerden señores gobernadores y alcaldes: no los vamos a calificar por cuantas cajas de vacunas carguen en los hombros. Su gestión, que debe estar ya en curso y mostrando los primeros resultados, la vamos a valorar en la medida que el Programa Ampliado de Inmunización (PAI) sea el texto de imitar para que ejecuten la vacunación en su territorio. Ya ustedes deben tener anticuerpos en su mandato contra la perversión en los contratos públicos, la extorsión a los contratistas (desaparición del CVY) y esos sinuosos elementos que impiden la realización de obras sociales prometidas. Dedíquense por favor a ejecutar y recuerden: las pantallas producen agnosia visual. Decoro es lo que pedimos que carguen.

Aquellos que predicen el futuro, con seriedad, hablan de 7 años para que la normalidad regrese. (Randall, Bloomberg). Israel líder en vacunación logrará en dos meses la inmunidad de rebaño. Canadá, glotón, compró el doble de las dosis que necesitaba, lo conseguirá en 10 años. EE.UU. en diciembre del 2022 y Nueva York por los caprichos del clima y sus nevadas se alejó 17 meses. Si esta batalla es de mediano plazo: ¿por qué no pensar en soluciones nuestras, definitivas? ¿Será descabellado considerar un centro de acopio de vacunas? 

Que tal, por ejemplo, una Zona Covid donde se estimule los innovadores y puedan procesar y porque no producir nuestras vacunas. Estímulos para la inversión, flexibilidad tributaria, reglas fijas y control de calidad con un INVIMA de mayores garras.

El año calendario y el sol poniente del gobierno exigen medidas audaces. Con argumentos de transparencia y efectividad por qué no llamar e invitar al sector privado en una gran alianza público-privada. Sin despilfarro de lo adquirido, otras opciones: compra de licencia a los dueños de la vacuna, pagando justos costos, para nuestra producción o procesamiento. La emergencia sanitaria no es del gobierno es de una nación que debe unirse alrededor de este propósito. Las universidades y facultades de medicina son alfiles necesarios. Hay que combatir el autismo de las academias. Su momento es ahora.

Necesitamos producir nuestras vacunas. Tenemos el talento humano y orientados podemos avanzar rápidamente sin malgastar los escasos recursos. En esta época de guerra el enemigo es uno solo: SARS CoV-2. Entiendo la exclusividad y costos de las patentes. Pero no es la hora de los negocios, son los tiempos de la bondad.

Sobre Remberto Burgos de la Espriella

El médico Remberto Burgos de la Espriella es experto en Aneurisma Cerebral y cuenta con más de 10 años de experiencia. Es un destacado Neurocirujano en diversas instituciones de prestigio como la Clínica del Country de Bogotá. Gracias a esto el Doctor Burgos de la Espriella es reconocido como uno de los mejores especialistas en Neurocirugía de Colombia

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