¿Sacrilegio en la ‘zona cero’?

El 60 por ciento de los habitantes de Nueva York protestan por la construcción de una mezquita en el lugar en donde estaban las Torres Gemelas, que afecta a más de 3 mil familias afectadas por los ataques terroristas.

Protestas públicas en Nueva York contra la construcción.

Los problemas y las decisiones difíciles han perseguido al presidente de los Estados Unidos en los últimos meses. La preocupación de sus colaboradores inmediatos es la popularidad de Barack Obama que ésta cada día más baja.

No cabe duda que Obama terminará este año con la cabeza llena de hilos blancos. El presidente trabaja duro en la supervisión de la implementación de la ley sobre la reforma de la salud, la reforma financiera y los problemas de inmigración que ya alcanzan los 60 mil deportados en lo que va del año. Sobre esto último ya se envió tropas de la Guardia Nacional para reforzar y proteger la frontera con México.

El primer viernes de agosto durante una ceremonia en la Casa Blanca para honrar el inicio del Ramadán, el mes del ayuno musulmán, Obama se erigió en defensor de la libertad de culto en su país y estuvo de acuerdo con la construcción de la mezquita cerca de la ‘zona cero’, lugar donde se realizaron los atentados terrorista en Nueva York el 11 de septiembre de 2001 y fueron destruidas las Torres Gemelas.

Pasado unos días Obama dio marcha atrás en una declaración a la prensa durante una visita a la Costa del Golfo de México, indicando que defiende el derecho de los musulmanes a la edificación del templo pero “no he comentado y no comentaré nada acerca de si me parece prudente o no decidir que haya que poner una mezquita allí”, afirmó Obama.

Baja Popularidad

Lo más preocupante de la frágil situación de Obama no son sus bajos índices de apoyo, que han pasado de una tasa de aprobación del 65 por ciento en febrero (con solo un 25 por ciento de rechazo, según datos de realclearpolitics.com) a un apoyo del 45 por ciento en agosto, con un 50 por ciento de rechazo. Tampoco resultan fatales las críticas al verano en Marbella, España, de la Primera Dama. Sí resulta más grave que algunos de los puntales del cambio anunciado se tambalean. La sugerente idea de un mundo sin razas que activó la taumatúrgica imagen de ver un negro en la Casa Blanca choca ahora con el proyecto de mezquita en la Zona Cero de Nueva York, que pone en peligro el nuevo comienzo con el islam que este prestidigitador de la palabra anunció en su discurso en El Cairo en junio del año pasado.

En el frente ecológico, más bien silenciosa ha sido la retirada demócrata de otra de las apuestas de Obama, el proyecto de ley con límites obligatorios de emisiones de CO2. Aunque la gran guerra de su Presidencia se libra en Afganistán donde un reciente editorial de The New York Times resume la situación: como muchos americanos están cada vez más ansiosos y confundidos sobre la estrategia en Afganistán y nos preguntamos si a estas alturas existe posibilidad de un mínimo éxito.

Con todo, lo más endiablado para este presidente en apuros es la que se le avecina a su partido en noviembre. Según los sondeos, de los 26 gobernadores demócratas frente a 24 republicanos que hay en la actualidad, se dan por seguros 24 republicanos y 15 demócratas, con diez plazas en la pelea. De la cómoda mayoría azul en la Cámara de Representantes (255 frente a 178 republicanos), los sondeos asignan 202 a ambos partidos, con 31 escaños en disputa. En el Senado, la miel de la súper mayoría será solo un dulce recuerdo en el ecuador de una Presidencia a la que solo le queda una posible carta ganadora, la recuperación económica.

La vieja edificacion de 1858

En un país con historia propia tan corta como Estados Unidos todo lo que ha cumplido cien años se antoja venerable. Por eso llamará a muchos la atención la facilidad con que la Comisión de Protección de Monumentos de Nueva York se pronunció a principios de mes a favor de la demolición de una antigua fábrica de tejidos de 1858 en pleno centro de Manhattan. La razón está clara: la vieja fábrica, cuya protección como monumento histórico habría frenado otro proyecto urbanístico en cualquier lugar de Estados Unidos, estorbaba para la construcción de una gigantesca mezquita en el corazón de Manhattan que tendrá la altura de más de quince pisos, salas de oración, aulas, cines, gimnasios y polideportivos y será el centro islámico urbano mayor en territorio norteamericano.

La polémica en torno a esta mezquita ha desatado pasiones y hace correr ríos de tinta en los medios de comunicación pero no por la demolición de la fábrica sino por el hecho de que se ubicará en parte en la ‘zona cero’, lugar donde en acto criminal del islam fueron destruidas las Torres Gemelas, el mayor ataque terrorista jamás visto en el mundo. En aquel lugar murieron asesinados cerca de 3.000 seres humanos, ciudadanos de más de cien países y todas las creencias. Murieron a causa de un acto terrorista perpetrado por fanáticos suicidas actuando en nombre del Islam.

Es un hecho lamentable pero difícil de olvidar —especialmente por las víctimas— que aquel terrible atentado fue celebrado como un fantástico triunfo, no sólo por islamistas radicales de Hamas en Gaza, sino por enardecidas multitudes en muchos países islámicos. Dicho esto, se plantea una pregunta sencilla que es la que han hecho gran parte de los familiares de víctimas y los adversarios del proyecto: ¿Por qué es necesario que la mezquita esté precisamente allí? Hay decenas de ubicaciones alternativas posibles en Manhattan, cientos en Nueva York y miles en Estados Unidos. ¿Por qué hay que construir una mezquita precisamente en el epicentro de un infinito dolor causado en nombre de la religión que allí se propagará? Precisamente por eso, dice el alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg ya que según el funcionario, “esto creará puentes entre oriente y occidente y entre las religiones”, asegura.

Más de la mitad de los neoyorquinos y más de la mitad de los norteamericanos rechazan este proyecto de la mezquita. En realidad nadie ha dicho que sea inconstitucional sino que es inadecuado, hiriente para millones y que está fuera de lugar; que muchas víctimas lo consideren ofensivo debería bastar para replantearse este proyecto.

¿Una humillacion?

Otra cuestión que se plantea en Manhattan, como en la construcción de centenares de mezquitas en todo el mundo occidental, es el de la financiación y la consiguiente obediencia religiosa y política de sus responsables. En Manhattan los promotores son personajes relacionados a grupos radicales islamistas y nadie duda de que el dinero, nada menos que cien millones de dólares, llegue de los países que promueven un Islam radical y la enseñanza doctrinaria que impartirán a los jóvenes musulmanes norteamericanos. La cabeza visible del proyecto, el imam Feisal Abdul Rauf, es uno de esos personajes tan característicos entre los islamistas llamados moderados y formación occidental que utilizan hábilmente un doble lenguaje dependiendo de la audiencia del momento.

Nadie podrá evitar que muchos norteamericanos como también muchos musulmanes en todo el mundo, radicales o no, vean en la mezquita de Manhattan un símbolo del avance del Islam por Occidente. Este avance, se quiera ver o no, lo hicieron posible unos jóvenes islamistas que estrellaron los aviones y sacrificaron sus vidas y las de casi tres mil inocentes y nadie podrá evitar que muchos entiendan la mezquita como un monumento en el campo de batalla mismo a los terroristas islámicos que humillaron allí a Estados Unidos y a todo Occidente. Será para ellos un monumento de conquista, una simbólica «pica en Flandes» que hicieron posible unos asesinos o unos mártires.

En el vínculo inevitablemente imperecedero entre el ataque terrorista del 11 de septiembre y la gran mezquita se verá, quiera Bloomberg y los biempensantes o no, el triunfo póstumo de los pilotos de los aviones asesinos. Nadie podrá evitar que esta inmensa mezquita en aquel lugar sea para muchos occidentales más un símbolo de avasallamiento que de encuentro.

Hasta la Liga Antidifamación que lucha desde hace muchas décadas contra todo tipo de discriminación religiosa, ha advertido de que el proyecto puede romper más puentes de los que pretende construir.

Los que se sientan ofendidos han sido condenados a mostrar esa inmensa tolerancia que siempre se les exige a los ciudadanos occidentales cuando han de aceptar en su entorno la práctica y la promulgación de mensajes muy lejanos a su concepto de tolerancia. Mientras algunas sensibilidades son intocables y merecen toda protección, otras —siempre las mismas— han de sacrificarse en aras de una tolerancia que nunca goza de reciprocidad cuando del Islam se trata. En todos los países de Occidente reclaman los musulmanes un trato especial y en todos acaban recibiéndolo. En todos plantean retos a los límites de nuestras leyes y en todos arrancan concesiones de los poderes públicos.

Sobre Rodolfo Rodriguez

Comentar