Reflexiones sobre el periodismo de ayer y de hoy

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En julio de 1.981 el presidente Alberto Lleras Camargo recibió por primera vez  el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar en la versión especial Premio especial a la vida y obra de un periodista.

El jurado estuvo de acuerdo en que con este reconocimiento “se protocolizó simplemente un consenso establecido de largo tiempo atrás por la opinión nacional, al considerar la labor periodística de Alberto Lleras Camargo, como cimera  expresión dentro de la mejor tradición del periodismo colombiano, y asimilada, por lo mismo,  al patrimonio cultural de la república”.

Esta breve introducción se trae a colación a propósito de la nueva era del periodismo mundial, pero especialmente del colombiano, que con el transcurrir de los días y las generaciones, presenta cambios para la misma historia del país. Y es que  la visión que tuvo el dos veces presidente de Colombia, escritor, político, orador y periodista, cobra actualidad cuando se plantean debates o se hacen comparaciones sobre el periodismo de ayer y de hoy.

El doctor Lleras Camargo (1.906-1.990), en un su época de periodista y escritor trabajó en medios como La República, El Espectador, El Tiempo, La Tarde, El Liberal, El Independiente y la revista Semana (que fundó en 1.946). Y durante su discurso en la entrega del premio Simón Bolívar no sólo exaltó la labor periodística  de sus antecesores, sino que dejó planteadas varias reflexiones que a continuación reproducimos, para ver en que punto estamos en cuanto al periodismo de ayer y de hoy. El documento fue publicado como un homenaje al célebre estadista por el periódico El Mundo, de Medellín.

La velocidad del periodismo.

“La característica  del momento colombiano, y probablemente del mundo, es que la cantidad de imágenes que los medios de comunicación están vertiendo sobre la gente, segundo a segundo, la hacen olvidar todo lo anterior, lo de ayer y antes de ayer, lo de un año, con los vertiginosos impactos de lo absolutamente contemporáneo. Nuestra tarea es ir detrás de cada información para reproducirla o comentarla”.

Afirmaba en ese entonces el doctor Lleras Camargo haciendo referencia a la inmediatez de la prensa, a lo que él llamó la velocidad  de la profesión y que le dio otra dimensión: “Se decía antes que la prensa era una especie de historia, más fresca y vibrante que la que hacen los académicos. Hoy ese concepto es en parte falso. Hay, sí, historia instantánea, que no da tiempo a la reflexión, a la revisión,  a la confrontación. De otra parte, la prensa tiene que cubrir un espacio sin límites, dentro de la redondez del globo, y a veces fuera de él, en el espacio exterior, al minuto. Porque no sólo puede ocurrir que otros medios de comunicación lo hagan antes, sino el riesgo peor de que hechos que parecen notables, se olviden antes de que los periódicos hablen de ellos”.

Más adelante agregaba: “Ahora las noticias pasan sobre los redactores como sobre los lectores, en ráfagas, unos minutos después de haber sucedido. Y quien no las oiga o las vea será sorprendido por un aficionado”.

Refiriéndose al periodismo de su época, cuando la vida tenía otro ritmo, decía que “en nuestra amable vida paleolítica, teníamos tiempo para todo, y las noticias parecían esperarnos, antes de abortar o florecer  espontáneamente. Y no porque fuéramos perezosos, sino porque ese era nuestro ritmo y la velocidad promedio de los transportes más rápidos, de los medios más veloces… Los comentaristas teníamos largas treguas para pensar antes de que los acontecimientos nos atropellaran y nadie estaba esperando que con el afán del día se opinará a la mañana siguiente. Los periódicos no vivían pendientes  de las fotografías y las grandes páginas eran baldíos  grises  para colonizar escribiendo…Para llenarlas se llegaron a publicar novelas, y no pocas como las experimentales de García Márquez se ensayaron en ellas. Con todo, sino fuera por esos diarios amarillos de la hemeroteca,  no se sabría nada o casi nada de la vida pública del país en este siglo XX”.

Agregaba en su discurso, haciendo un parangón entre la prensa de su época   y la que se realizó casi 50 años después, lo siguiente: “Los diarios de hoy son forzosamente  mucho más animados, llenos de color e imágenes, como televisiones estáticas.”

Finalizando su intervención el doctor Lleras Camargo hizo un llamado a los periodistas de todas las edades para que se miren “con infinita comprensión”, ya que las cosas que resultan extrañas para una generación  no lo son para otra.

La visión del periodismo actual.

Ahora, veamos la visión o las reflexiones del nuevo milenio en materia de periodismo contemporáneo, del cual se dice que está en crisis, entre otras cosas por el monopolio de los grandes grupos económicos y la tecnología moderna. Decía en una nota especial sobre el periodismo moderno la revista Malpensante, en uno de sus excelentes números, que dentro de esa crisis se habla de la desaparición del papel impreso y que los lectores ya no necesitan quién filtre las noticias, pues los blogs permiten la eterna inmediatez, y el dinero de la publicidad  emigrará para otra parte.

“No cabe duda de que antes había más interés en los géneros clásicos y menos competencia”, decía uno de los editorialistas. “La información era escasa; hoy es sobreabundante. Pero no es menos cierto que el viejo periodismo, incluso el entonces llamado nuevo periodismo, no padecía de tantos complejos de inferioridad. La peor manera de solucionar una crisis es convertirse en lo que uno no es. Por ejemplo, si los periódicos se asemejan cada vez más a la televisión y al material de internet, los lectores bien podrían decidirse que es mejor ir a las fuentes originales e ignorar a las sustitutas.

En la década de 1.980, una cosa era enterarse sobre Afganistán a través de informes noticiosos fugaces y esporádicos; otra, ver junto a lo que podría ser considerado un puñado de periodistas cómo los aviones soviéticos y las minas antipersonales mataban diez veces más afganos que toda la gente muerta en el Líbano, una guerra con la que la mayoría de las organizaciones de noticias estaban obsesionadas, dice Robert D. Kaplan.
Internet ahora hace que los hechos sean tan fáciles de obtener que hay una ilusión de conocimiento donde éste en realidad no existe.  Con tantos blogs de bajo presupuesto que hacen poco más que reaccionar de manera emocional a los titulares, raro es el comentarista que realice el trabajo de campo necesario para ganarse sus opiniones.

Y a medida que los sabihondos llenan el espacio que alguna vez perteneció a los corresponsales del periodismo escrito, el público se aleja cada vez más de las esencias intangibles y de la minucia de los lugares lejanos que explican el presente y, por tanto, se anticipan al futuro.

El periodismo necesita de manera desesperada volver al “terreno”, a la clase de descubrimientos de lo local hecha en solitario y de primera mano, más relacionada con la antigua literatura de viajes.  

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