Rafita, el poeta-carpintero de Neruda.

Rafael Plaza fue el carpintero y albañil  que durante cuatro décadas  construyó  la casa de Neruda en Isla Negra. Fuera de Chile solamente tres periodistas  lo han entrevistado. Para Colombia en exclusiva lo hizo el periodista Gilberto Castillo.

Por: Gilberto Castillo

Rafita el carpintero-poeta de Neruda - Casa de Neruda en Isla Negra.

Rafita el carpintero-poeta de Neruda                                         –            Casa de Neruda en Isla Negra.

“Así como yo me pensé siempre poeta carpintero, pienso que Rafita  es poeta de la carpintería. Trae sus herramientas envueltas en un periódico bajo el brazo;  desenrrolla lo que me parecía un capítulo y toma los mangos gastados de martillos y escofinas perdiéndose luego en la madera.  Sus obras son perfectas. El chiquillo y el perro lo acompañan y miran sus manos circulando prolijas. El tiene esos ojos de San Juan de la Cruz y esas manos que levantan troncoscolosales con tanta fragilidad como sabiduría. Escribí con tiza los nombres de mis amigos muertos sobre las vigas de rauli y él fue cortando mi caligrafía en la madera con tanta velocidad como si hubiera ido volando detrás de mi  y escribiera otra vez los nombres  con la punta de un ala”. Neruda.

Este chileno humilde, fuerte, de piel morena y algo desparpajado, fue durante más de cuarenta años, no sólo uno de los mejores amigos del gran Pablo, sino su carpintero de confianza y quien poco a poco, con una fidelidad de cedro y paciencia de elefante, siguió las indicaciones y  los trazos del poeta para construir una de las casas más famosas de América.  La casa de Isla Negra. La que todo el mundo conoce y que es hoy uno de los museos literarios y artísticos más apreciados en Chile.

A Rafita lo encontramos, un sábado por la tarde, acompañado de su esposa,  sus hijos y sus nietos, en la misma playa donde tantas veces caminara Neruda buscando el viento y la voz del mar para sembrar sus  versos. Isla Negra no es una porción de tierra rodeada por agua,  es  un gran recodo de arena y piedra que se mete en el mar con una fuerza  impresionante y que gracias a su ilustre visitante se convirtió en  uno de los puntos ´´sagrados´´ del país austral.

Sobre sus lomos y en torno a la casa del poeta y del museo construido por el gobierno, se creó un sitio de peregrinación donde ha florecido el comercio de cachivaches que en alguna parte llevan impresos los versos del capitán.

Un terreno que casi pierde

Tener un casa construida  con tantos caprichos y tan llena de recuerdos no fue fácil para Neruda porque nunca tuvo los recursos necesarios para hacerla de un solo golpe y por eso nunca la terminó y siempre estaba agregándole compartimientos con base en los planos que Rafita le pintaba y que él firmaba a manera de aprobación. ´´Otras veces cuando yo estaba en plena faena de palustre y plomada, don Pablo Nerudallegaba silencioso, y me daba nuevas indicaciones dibujando con la punta  del bastón y sobre la tierra los trazos de lo que quería, de manera  que la casa una y otra vez  cambiaba de diseño´´.

Otro ángulo de la casa de Neruda con el sello de Rafita. - Comedor de Neruda.

Otro ángulo de la casa de Neruda con el sello de Rafita.  – Comedor de Neruda.

 

¿Cómo llegó Neruda a Isla Negra? “No sé. Creo que conoció este sitio de siempre, pero según me contó alguna vez, cuando se encontró el lugar y quiso comprarlo, por allá por el año 38, le costaba 3.000 pesos y no tenía el dinero. Cuando lo pudo reunir lo había comprado el doctor Raul Vulnes. Afortunadamente esa parte de la finca  no le gustó a Vulnes y resolvió vendérsela a don Pablo”.

¿Qué fue lo primero que construyeron  de la casa? “Lo primero fue el living y lo zona alta del dormitorio, porque a pesar de que allí había una casita, con un cuarto, un comedor chiquito, una cocina y un baño, le resultaban incómodos y poco le servían como vivienda. Yo no participé en esa primera  construcción porque no nos conocíamos. Solamente vinimos a presentarnos en el año 46, cuando llegué a la casa de un vecino para hacer un trabajo de albañilería. Desde entonces y hasta la mañana en que lo llevaron al hospital donde murió, empecé a ayudarle con la casa en la que invertí más de media vida y nunca pude terminar de construir”.

De toda esta etapa lo que más lamenta  Rafita, es no haber guardado los planos que pintó, y que tantas veces le corrigió  y firmó Neruda, porque aunque nunca utilizó la amistad del poeta para beneficio económico, hoy varias personas se le acercan preguntándole por ellos y ofreciéndole el dinero que pida por los mismos. “Muchas veces -continúa Rafita, sin darme tiempo de  hacer preguntas- en lugar de quedarse trabajando en el cuarto que está enmarcado de vidrieras y que da de lleno al mar, venía a sentarse junto a  mi a escribir, y en ocasiones parábamos el trabajo y pasábamos largas horas charlando, y más bien oyéndole yo, todas las cosas que me contaba sobre su vida y sus viajes”.

Cada cosa y cada historia en su lugar

En la casa de Neruda cada cosa, por elemental que parezca, tiene una historia, y cada historia, aunque esté envuelta  en la imaginación del poeta, un viso de realidad; pero lo mejor, o lo más sorprendente es que cada cosa y cada historia tienen un lugar propio, porque  más que una casa para vivir con Matilde, construyó un santuario para meter allí cada uno de sus caprichos, al igual que las cosas importantes o simples que se encontraba en cualquier lugar del mundo.  Es así como están entre otras, la sala de los mascarones, la de las botellas, la de las caracolas, o los infinitos lugares de las piedras extrañas que recolectaba.

“Su felicidad era completa cuando traía  los mascarones de barco, su gran pasión. Era un espectáculo verlo, con su cara grande de niño feliz, buscando un lugar donde colocarlo. A todos les hacía una fiesta y traía a sus amigos. Muchas veces me invitó  y era hermoso verlo en el bar,  donde solo él  se permitía estar tras el mostrador disfrazado  como pirata y sirviendo tragos para todo el mundo.  Era un enamorado deMatilde, de los viajes, de la poesía y del mar. Mire usted  que toda la casa está hecha en forma de barco. Los techos, los pasillos, las puertas estrechas y todo así, en medio de un encanto que sorprendía y embriagaba.

Las caracolas de Neruda

Las caracolas de Neruda

Cuando trajo el caballo disecado que le regalaron en un almacén de talabartería  después de años de insistencia para que se lo vendieran, quiso construirle una  pieza pero esta solo llegó hasta los planos, porque cada vez, en medio de todas  las cosas que tenía, el espacio era más estrecho y como no había mucho para donde extenderse, llegó a pensar en construir el segundo piso”.Muchas cosas difíciles tuvo que hacer Rafita para cumplir con los caprichos de don Pablo, pero lo más difícil de todo fue armar los cielorasos curvos y el mural de piedrecitas que está sobre la chimenea.

Este fue diseñado por  una artista que le entregó los bocetos y Rafita el maestro menor, con sus manos prolijas, las pegó una por una sobre la pared hasta completar el  diseño. “Fue un trabajo dispendioso, duré como un mes en eso, trabajando casi que de día  y de noche. Cuando terminé don Pablo estaba absolutamente feliz y decía que el original era mejor que el diseño”.

Hasta el día de su muerte estuvo pensando en la casa

La casa de Isla Negra, fue una de las grandes obsesiones de Neruda y hasta el último instante de su vida,  cuando la decepción del golpe de estado contra su amigoSalvador Allende se lo permitió, estuvo pensando en todos los detalles de su construcción. “Esa mañana, yo estaba trabajando en la  ampliación de la sala donde tiene las caracolas. El llevaba dos meses muy  enfermo y en cama. De esos último días el que más recuerdo fue cuando derrocaron a  Salvador Allende. Estuvo muy triste, creo que hasta lo vi llorar. Eran muy amigos.  Don Salvador tenía una casa aquí cerca, en Algarrobo y siempre que venía, incluso siendo presidente entraba a visitarlo y duraban horas conversando.

¿Pero no terminó de contarme  qué pasó esa mañana antes de su muerte?Bueno, ese día él me hizo llamar a su habitación y me pagó en efectivo lo que me adeudaba por mi trabajo.  Como estaba ampliando la sala de las caracolas me hizo algunas recomendaciones y me dijo que al final de la tarde nos  volveríamos a ver, para hablar más sobre esa parte de la casa porque quería  que fuera el lugar más hermoso de todos.  Como vivo aquí mismo en Isla Negra, fui  hasta mi casa a almorzar y cuando regresé, me  dijeron que se había puesto muy  enfermo y que una ambulancia había venido por él. Lo irónico es que ese sitio que tanto amaba nunca lo vio terminado”.

¿Qué sintió esa noche cuando supo que había muerto? “Una tristeza muy grande. Siempre estuvo pendiente de mí. Cuando viajaba me traía pequeños regalos o me enviaba postales.  Muchas veces cuando no estaba trabajando con él, porque había épocas en que parábamos, venía hasta mi casa a buscarme. Es que después de tantos años, mientras él estuviera en Isla Negra se nos volvió una costumbre vernos. Era una cosa sagrada”. 

Sobre Gilberto Castillo

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