¿Por qué pelean los hermanos?

Por: Clara Helena de Guerrero

 

De creer o no creer, los bebés tienen su propia forma de pelear.

De creer o no creer, los bebés tienen su propia forma de pelear.

La forma como los niños pelean, los motivos por los cuales lo hacen  y el proceso que siguen para resolver sus disputas, varían de acuerdo con varios factores, entre ellos la edad y el sexo.

Aunque parezca difícil de entender, los altercados entre los hermanos tienen mucho de positivo en el desarrollo emocional de los niños. Les ofrecen la oportunidad de expresar sus emociones  frente a los demás, y es el medio para aprender a manejar los sentimientos enfrentados con el éxito. Pero para lograr esto, es necesario que a través de los conflictos, los padres enseñen a sus hijos la sensibilidad hacia los demás y a la empatía para con sus seres queridos.

La forma de orientar a sus pequeños en la solución de sus conflictos tiene una importancia significativa  en el modo como ellos se relacionarán  con los demás como adultos  y enriquece  la relación entre hermanos.

¿Por qué pelean?

Los hermanos tienen sus razones muy especiales para entrar en conflicto: deben compartir el cariño y la atención de sus padres, sus juguetes, su habitación  y la mayoría de las cosas del hogar.

Además, deben luchar por adquirir autonomía, para lo cual se ven abocados a enfrentarse en los primeros sentimientos  de competencia. Cuando pelean por un juguete, no riñen por lo que éste representa, sino porque desean adquirir una autonomía de sus actos; quieren demostrar que son seres individuales. Desean ser amados en forma exclusiva por sus progenitores y ser apreciados por aquello que los hace únicos.

Uno de los motivos más frecuentes por los que se presentan conflictos es la preferencia de un padre hacia uno de los hijos. Esto sucede porque el padre genuinamente siente más atracción hacia uno de ellos, por su forma de ser o por sus logros, y aunque no desee demostrarlo, lo manifiesta en muchas de sus actuaciones.

Las presiones fuera de lugar, ejercidas por compañeros de colegio, profesores o exigencias académicas,  son también causa de peleas entre hermanos. Muchos niños se desquitan de las tensiones fuera de la casa, con sus hermanitos.

Cualquier situación estresante en la familia, influye así mismo para despertar conductas agresivas entre hermanos.  Cuando el padre y la madre tienen problemas matrimoniales, los hijos presentan mayores conflictos entre ellos.  Las tensiones y preocupaciones  de los padres son inconscientemente captadas por los hijos, quienes descargan sus angustias peleándose entre sí. Aunque parezca extraño, algunos niños pelean en un intento desesperado por sentir una estabilidad familiar. Buscan que sus peleas  sean tan agudas que sus padres se vean forzados a olvidar sus conflictos, para atenderlos a ellos.

Los expertos consideran que niños del mismo sexo y de edades muy parejas son los más propensos a reñir. Esto se debe a que son atendidos por sus padres  como si fueran una unidad.  Por sus semejanzas, muchos padres tienen dificultad  para apreciar la individualidad de cada uno.  Como consecuencia, los niños pelean con el fin  de que sean apreciados como seres diferentes.

Conflictos según la edad

En la edad pre-escolar: la agresividad física es notoria.

En la edad pre-escolar: la agresividad física es notoria.

La edad definitivamente influye en la manera como los niños pelean.

Bebes: Ellos realmente no pelean en el clásico sentido de la palabra, pero si manifiestan su ira  o frustración. Los varones tienden con más frecuencia a golpear  cosas o personas para manifestar su desagrado, mientras que las niñas demuestran su agresividad llorando. Esta es la forma primitiva  como un bebé empieza a reñir con su hermanito.

Pre-escolares: en esta edad los niños comienzan a desarrollar la habilidad para entender los sentimientos de otros y para verbalizar adecuadamente sus deseos.  Comienzan a hacerse conscientes  de sus propias acciones y de las consecuencias potenciales de éstas.

Perciben que los demás también tienen necesidades y que éstas pueden chocar  con las de ellos. Tienden a pelear  por objetos o por espacio –mi carro, mi cuchara, mi cuarto…– como extensiones de ellos mismos, y en este caso,  hay una marcada diferencia  entre niñas y niños. Los hombres,  con el fin de afirmar su posesión  sobre un objeto,  además de expresar un enfático ¡NO!, probablemente le pegarán al otro niño. Las niñas,  en cambio, le harán saber que no compartirán  su juguete, también con un ¡NO! enfático, pero rara vez agreden físicamente.

Los escolares: A esta edad, con frecuencia  inician los conflictos culpando al otro de haber empezado la pelea. Ya son capaces de entender que reñir no es un comportamiento aceptable y no quieren ser los responsables de haber empezado el conflicto, especialmente cuando esta conducta es castigada.

¿Cuándo intervenir?

Según los expertos, es importante que los padres intervengan cuando vean  que la situación se pone crítica. Los niños a través de las peleas  están aprendiendo una función adulta muy importante: argumentar  por un punto de vista propio; pero debido a que aún no tienen bien desarrollada la habilidad para negociar correctamente su criterio, la discusión, por lo general, se degenera en una terrible pelea a gritos e insultos, que no conduce a nada. En este momento, los padres deben intervenir  para guiarlos hacia el entendimiento  y ayudarlos a analizar  sus desavenencias. Una buena forma de hacerlo  es hablándoles  es acerca de sus propias  experiencias cuando niños.  Sus sentimientos de celos y sus conflictos  fraternos.Este sistema es efectivo, especialmente entre los adolescentes, porque les ayuda a sentir  que sus padres están más cerca de ellos, que son más humanos y flexibles.
También resulta muy positivo que los padres se muestren sensibles  a los argumentos de sus hijos, ofreciéndoles tiempo suficiente  para que razonen independientemente sobre sus desacuerdos.

Si los niños demuestran dificultad  para resolver sus peleas, es conveniente que los padres intervengan  antes de que la agresividad se convierta  en algo incontrolable; pero, sin permitir que el niño se desentienda de la responsabilidad  de sus acciones.  La forma de intervenir depende de la edad  de los niños, moralizar un niño muy pequeño no es muy efectivo,  mientras que en un acercamiento moralista puede funcionar mejor en uno mayor o adolescente. Cuando se trata de niños muy pequeños, es necesario tomar un papel  un poco más agresivo, separándolos y luego dialogando con cada uno  por separado sobre la responsabilidad en el conflicto.

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