Orígen del ballet las sílfides, de chopin

Por David Hall*
Traducido y Adaptado por Hernando Jiménez

Un día de comienzos de 1908, un joven husmeaba por los anaqueles de una tienda de música en San Petersburgo, por entonces la capital de Rusia. Mientras ojeaba las diversas partituras y folios, su mirada inquisidora se detuvo en un título, Chopiniana. Resultó ser una suite de piezas para piano de Chopin que había sido orquestada por Alexander Glazunov, 14 años atrás. Incluidas estaban una polonesa, un nocturno, una mazurca y una tarantella.

El joven era Michel Fokine, brillante bailarín y prometedor coreógrafo del Ballet Imperial.  Ya tenía a su haber media docena de creaciones respaldadas con su nombre y se empezaba a destacar como rebelde. Durante muchos años, el ballet en el Teatro Marinski y en la Escuela Imperial de Ballet había sido asunto de una grandiosa exhibición de técnica en la que el argumento, el decorado y aún la música se veían relegados al papel de elementos de fondo. Las expresiones de descontento con esta situación empezaban a hacerse oír entre los bailarines más jóvenes y entre los intelectuales del San Petersburgo del momento: el reconocido pintor Alexander Benois, el director y empresario Serge Diághilev, entre otros; estos inconformes no tardaron en  recibir al exaltado Fokine en el seno de su fructífera búsqueda. El ardoroso joven no quería destruir los elementos vivos  afincados por tanto tiempo en la vieja tradición del ballet clásico pero sí insuflarle una nueva vida que con su sello produjera otra realidad en el arte del teatro.

Ya en 1904, Fokine había entregado a la dirección de los Teatros Imperiales el plan para un ballet sobre la historia de Dafnis y Cloe, agregando observaciones propias para la reforma del ballet. ”La danza debe ser interpretativa”, decía. “No debe caer en la mera gimnasia. La danza debe explicar el espíritu de los actores en el espectáculo. Aún más, debe expresar toda la época a la que pertenezca el tema del ballet tratado.

“Para esa danza interpretativa la música tiene que ser igualmente inspirada. En vez de los viejos valses, polcas, pizzicati, y galopes es necesario crear una forma de música que exprese la misma emoción que inspiran los movimientos del bailarín.

“El ballet ya no debe estar conformado por ‘números’, ’entradas’, etc. Debe mostrar unidad artística en su concepción. La acción del ballet no se debe interrumpir nunca para permitir que los bailarines respondan a los aplausos del público.

“En vez del dualismo tradicional, el ballet debe tener completa unidad de expresión, unidad que está hecha de la mezcla armoniosa de tres elementos- música, pintura y artes plásticas”. Fuertes aseveraciones,  hechas por un joven de 24 años a sus superiores!
Así, Fokine intentó aplicar algunos de estos principios a sus primeros ballets, Eunice e Une Nuit d’Egypte. La revuelta que produjo entre los reaccionarios de las directivas del ballet y parte de la audiencia fue tremenda; pero el viejo maestro de ballet, Marius Petipa, que había montado los grandes ballets de Tchaikovski captó la lógica e importancia del enfoque de Fokine y expresó su admiración. Sin embargo, fue hasta cuando se asoció de lleno con Diághilev en París que Fokine creó la línea de obras maestras y magnificentes que le valieron el título de “padre del ballet moderno”.

La primera de la serie, Les Sylphides, fue la obra que surgió de su búsqueda por la tienda de música de San Petersburgo. Inicialmente, no fue concebida ni producida para Diághilev, pero fue en las presentaciones que éste le hizo que la obra adquirió su carácter definitivo.  De sus más de setenta y cinco ballets, los más famosos salidos del genio de Fokine son Las Danzas Polovtsianas, de la ópera El Príncipe Igor, de Alexander Borodin; El Pájaro de Fuego y Petruchka  sobre la música de Stravinski ; Scheherezada,  de Rimski-Kórsakov; El Espectro de la Rosa, de Weber, que Berlioz extrajo de La Invitación a la Danza, para contribuir a la inmortalidad de Nijinski ; Dafnis y Cloe, con la luminosidad de Ravel; el Carnaval, de Schumann; hasta Le Coq d’Or de Rimski-Kórsakov. Estas son unas de las muchas obras montadas por Fokine y entre ellas Las Sílfides, Carnaval, El Príncipe Igor y Petruchka están entre los doce ballets más frecuentemente presentados del repertorio internacional.

Hemos indicado de paso, qué resultó de la visita de Fokine a la tienda de música de San Petersburgo. Allí concibió la idea de un ballet con música de Chopin; pero tomó un tiempo para que el ballet adquiriera la forma y el nombre con los que lo nombramos hoy. Inicialmente, fue presentado como Chopiniana, con un vals agregado a la suite original de Glazunov  y orquestado por el propio compositor. Fue durante una fiesta de caridad en San Petersburgo, el  8 y el 21 de marzo de 1908, que la producción original se llevó a cabo con los bailarines del Ballet Imperial. La polonesa se bailó como una colorida escena de un salón de baile polaco. La interpretación del nocturno fue inspirada a Fokine por el célebre incidente en la vida de Chopin en el monasterio en ruinas de Mallorca…donde, durante una improvisación en medio de la soledad, de pronto Federico se vio presa de la aterradora visión de monjes difuntos. La mazurka tomó la forma de una escena de boda polaca en la que un joven le arrebata la novia a un rico y anciano marido. El vals es una pura concepción abstracta y poética…un pas de deux  evocador del ballet romántico temprano de la era Taglioni. La tarantella, como es de suponer, fue un ensemble con un pintoresco ambiente napolitano.

Un mes después, Chopiniana fue ofrecida durante una Presentación Anual de Alumnos, pero esta vez en una versión drásticamente revisada. La abstracción poética y la atmósfera emocional se instauraron con el enfoque de una antigua tarjeta postal. Las bailarinas llevaron las largas faldas blancas de muselina, típicas del ballet romántico de 1830. De la suite original de Glazunov, sólo se conservó el vals, en tanto que Maurice Keller orquestó otras seis piezas de Chopin. Diághilev se preparaba para ofrecer la primera de sus brillantes temporadas en París con su compañía de bailarines rusos y la nueva Chopiniana era una de las obras seleccionadas para el repertorio. A causa del vestuario inspirado en el período Taglioni y de la definida evocación del ballet blanc de comienzos del siglo 19, Diághilev rebautizó la obra Les Sylphides, en honor al primer ballet definitivamente romántico La Sylphide.

La primera presentación de Las Sílfides hecha bajo la dirección de Diághilev tuvo lugar en el Theátre du Chatelet en París el 2 de junio de 1909. Los números principales fueron asignados a bailarines de la reputación de Anna Pavlova, Támara Karsavina y Vlaslav Nijinski. Los números fueron el Preludio en La, Op. 28, No.7, a manera de obertura. El Nocturno en La-bemol, Op.32, No.2, ejecutado por toda la compañía; el Vals en Sol-bemol, Op.70, No.1, por una de las primeras bailarinas; la Mazurka en Re, Op.33, No.2, como un solo por la bailarina estrella; otra Mazurka, Op.67, No.3, en Do, como solo para el primer bailarín; el Preludio en La Mayor, idéntico al usado en la Obertura, para una de las primeras bailarinas; el Vals en Do-sostenido Menor, Op.64, No.2 como un pas de deux para la bailarina estrella y el primer bailarín y un Vals final Op.18 en Mi-bemol, para toda la compañía. En lenguaje formal, Las Sílfides consiste de cuatro variaciones y un pas de deux  enmarcados por dos ensembles. El ballet no cuenta ninguna historia. Es simplemente una evocación plástica y visual de la poesía en la música de Federico Chopin. Su significado para el arte de la danza está quizá mejor condensado por Cyril W. Beaumont, a cuyo Complete Book of Ballets (Garden City, New York) agradecemos por la mayoría del material utilizado en esta nota. “Les Sylphides”, dice Beaumont, “es ciertamente el más poético de los ballets del siglo XX y quizá de todos los tiempo. Exige un ejecución impecable, el más puro sentido de la línea y la más perfecta expresividad, sentido del tiempo y exteriorización del aura”.

Desde la producción original de Las Sílfides, hecha por Diághilev, con escenografía de Benois y la orquestación de la música de Chopin realizada por Glazunov, Taniev, y Stravinski [!] el ballet ha tenido infinidad de montajes hechos por otras compañías. Muchísimas escenografías y orquestaciones. Se ha agregado una pieza a la selección original: el Vals en Fa Menor, Op. 69, No.1. Para esta grabación y con el fin de entregar la más próxima versión posible a la partitura de Les Sylphides, Arthur Fiedler y la Orquesta de los “Pops” de Boston han utilizado una orquestación preparada especialmente por Leroy Anderson y Peter Bodge.

hernandojimenez@etb.net.co

Bogotá, D.C. 11 de agosto de 2011

Nota del Traductor: Texto rescatado de media tapa enmohecida y desteñida de un viejo disco roto de los pesados en que el perro de la RCA Victor se acerca embelesado a la corneta del fonógrafo para escuchar “His Master’s Voice”  (La Voz de su Amo). Grabación RCA Victor Red Seal Records, Chopin, Música para el ballet Les Sylphides. Boston “Pops” Orchestra, Arthur Fiedler, Conductor. Hay un número M/DM 1119- Chopin-Les Sylphides.

Traducción hecha sin ánimo de lucro como regalo para mis amigos, Hernando Jiménez

Sobre Hernando Jimenez

3 comentarios

  1. Entonces Chopin no tuvo la intenciòn de componer mùsica para este ballet

  2. Adriana Butorac

    Muy agradecida a Hernando Gimenez por su generosa traduccion
    y adaptacion. Es un gusto leer este texto.

    Adriana, desde Buenos Aires, Argentina.

  3. Adriana Butorac

    Correcion de ortografia:
    El comentario se refiere a Hernando Jimenez.

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