Nuestros jóvenes están sin control

Y los supera porque precisamente de esta juventud desbordada es que se alimentan estos problemas  que, en lugar de mermar se fortalecen frente a un futuro  incierto. Y ese porcentaje de  juventud sin control, – porque no lo es toda-, que alimenta a las pandillas juveniles y hace escuela con el  matoneo en sus colegios, se fomenta porque los mecanismos de control y formación se debilitaron grandemente cuando los sicólogos modernos, escudándose tras el llamado libre desarrollo de la personalidad, hicieron cambiar lo protocolos de formación de una sociedad, suprimiendo  el primer acto de autoridad que es el de los padres, con esto se salto con garrocha la frase sabia de “Corrijamos al niño para no tener que castigar al hombre”.

Por obra y gracia de las mismas autoridades, los padres quedaron desarmados frente a los hijos. Ellos que eran los primeros formadores de hombres de bien, están sin autoridad y relegados a ser solamente  suministradores de afecto, y de aquellos elementos necesarios para que el hijo no pase necesidades: alimentación, techo, estudio, etcétera; todo bajo la supervisión tiránica de la ley que exige cumplimiento sin otorgarle a los padres el derecho a formar.

En este punto los jóvenes se salieron de madre porque los primeros observadores de su conducta que son los padres quedaron sin mayores posibilidades en la educación y cruzados de brazos. El quiebre fue grande para la célula de la familia que es la base de una sociedad que aspira a corregir sus vicios. No abogamos, en ningún momento, por la violencia familiar ni mucho menos, pero si por la autoridad primaria que se perdió  y que resultaba necesaria para enderezar caminos. Quienes vivimos en épocas anteriores, cuando la sicología moderna  no había socavado el derecho primario natural de los padres sabemos que es esta un verdad de apuño. Es más fácil controlar y delatar a unos padres autoritarios violentos si es el caso  que  controlar unos jóvenes,  rebeldes, ariscos y sueltos.  Como decían las abuelas: ni tanto que queme al santo ni mucho que no lo alumbre.

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