Los desafíos en la España de Felipe VI

Por: Juan Restrepo

 

La abdicación del rey Juan Carlos a favor de su hijo Felipe fue el secreto mejor guardado del reino. Cuando el pasado 2 de junio, el monarca español anunció su voluntad de renunciar a la jefatura del Estado, tomó por sorpresa a la gran mayoría de los españoles; y eso que, como el propio rey confesó en un discurso televisado para comunicarlo a sus compatriotas, era una decisión tomada el día de su cumpleaños, el pasado 5 de enero.

Visto desde la perspectiva de un sistema republicano como es el que rige en Colombia, una transición de este tipo parece anacrónica y extemporánea. Así que para tener una aproximación a su significado y antes de cualquier otra consideración sobre el alcance que esto tiene para España, propongo a los lectores una reflexión que dé algo de contexto al hecho.

Las experiencias colectivas de las naciones difícilmente se entienden desde fuera. Para ilustrar con un ejemplo cercano, nadie mejor que un colombiano puede entender un conflicto de baja intensidad durante medio siglo como el que se ha vivido aquí.

Y es muy difícil de entender, para alguien que no sea mexicano, las huellas que deja en una sociedad la experiencia de setenta años de gobierno de un solo partido, como ocurrió en México con el PRI.

Y finalmente -para no extendernos demasiado ya que los ejemplos pueden ser múltiples-, solo los italianos saben bien lo que la convivencia con el poder temporal de la Iglesia católica ha podido influir en sus vidas.

Pues bien, solo los países que como España han vivido una guerra civil saben lo traumática que puede ser esa experiencia, la más cruel y difícil de sanar heridas porque es una guerra entre hermanos. Es en ese contexto en el que hay que contemplar la monarquía española.

En el escenario de una nación en la que, por extraño que pueda parecer a estas alturas, las heridas de la Guerra Civil ocurrida entre 1936 y 1939, aún permanecen abiertas y en el que la figura de un árbitro por encima de los partidos políticos es algo más que útil.

Coronacion del Rey Juan Carlos I

Coronacion del Rey Juan Carlos I

España, al salir de una larga dictadura a la muerte de Francisco Franco, decidió por un consenso entre las fuerzas políticas en 1978, adoptar una monarquía parlamentaria a la cabeza de la cual se coronó a Juan Carlos I.

Es cierto que Juan Carlos fue designado por Franco antes de su muerte para sucederle. Pero es igualmente cierto que el rey, designado por Franco para perpetuar su dictadura, se liberó de las leyes e instituciones del dictador y contribuyó de manera fundamental a que España hiciera una Transición pacífica a la democracia.

En el período más difícil de la Transición, de 1977 a 1981, Juan Carlos hizo frente a las conspiraciones de los militares reacios a las reformas políticas y a la transformación social que se operaba en el país, y al terrorismo de ETA que exacerbó la intransigencia de la ultraderecha al punto de intentar un golpe de Estado que a punto estuvo de reversar la situación y devolver a España a los tiempos del franquismo.

La actitud de Juan Carlos en esos años cruciales lo invistió de legitimidad a los ojos de sus compatriotas y al final de su reinado de 39 años, nadie puede negar la realidad de que España ha vivido el período de mayor prosperidad y convivencia pacífica de su historia.

Las dos palabras claves para entender el papel de un rey en España son monarquía parlamentaria. Y si no se entiende bien eso, puede ser útil decir también qué cosa no es la monarquía española.

No es una monarquía absoluta, en donde el monarca de turno es el único que toma decisiones y gobierna a su antojo como las actuales satrapías del Golfo. Ni es una monarquía autoritaria que administra justicia, maneja el ejército, recauda impuestos y acuña moneda, como en la Edad Media.

Tampoco es una monarquía como la de Tailandia en donde los militares dieron en estos días un golpe de Estado, y el rey sigue en el trono centenario de sus antepasados; pero esos mismos militares golpistas realizan el shiko ceremonial dejándose caer, con las manos juntas sobre la cabeza y reptando por el suelo si tienen que dirigirse al monarca.

Por si no quedaba claro, nada de esto ocurre en España, un país en donde el rey reina pero no gobierna. Entonces, se preguntará algún colombiano de hoy, para qué sirve eso. Sirve para ejercer algo que se gana en el desempeño de la función: la autoridad. El rey no tiene poder pero tiene autoridad.

Y ese intangible sirve, por ejemplo, para llamar a políticos de diversas tendencias y hacer que se entiendan, mediando, aconsejando, advirtiendo cuando el bien común lo requiere. Cosa que, cómo queda dicho, en una sociedad tan polarizada como la española es una necesidad.

Sin embargo, a partir de la crisis económica de 2010, se generó en la sociedad española un sentimiento de desencanto con la monarquía. La institución como símbolo del sistema político, sufrió las consecuencias del resentimiento de los españoles por la corrupción y el mal manejo de la economía que había hecho la clase política. Aquello llegó con un rey cansado y asediado por algunos escándalos que salpicaban su entorno familiar.

Obviamente la abdicación tuvo que ver con el deterioro de la imagen de la institución monárquica y con la erosión de la misma imagen del rey Juan Carlos. También aquí hay que distinguir no solo el tipo de monarquía sino el tipo de sociedad. España no es Inglaterra.

El episodio que más daño ha hecho a la imagen del rey Juan Carlos ha sido el relacionado con los oscuros negocios de su yerno, Iñaki Urdangaín y tangencialmente las salpicaduras que de esta conducta se han derivado para su hija, la infanta Cristina.

En Inglaterra el hijo de la reina Isabel, Andrés, ha tenido tratos comerciales con los sátrapas más impresentables de África y Asia, entre ellos el libio Gadafi y el dictador Aliyev de Azerbayán, el de Turkmenistán, Berdimuhamedov; con el yerno del dictador kazajo, además de medio centenar de misiones comerciales por las monarquías del Golfo y a nadie se le ha ocurrido plantear siquiera que la reina Isabel abdique en favor de su hijo Carlos.

Otro de los episodios que deterioraron la imagen de Juan Carlos fue la escapada a una partida de caza mayor a Botswana, acompañado por una señora de la sociedad alemana llamada Corina zu Sayan-Wittgenstein.

En el muy bien documentado libro “Los Windsor”, de Kitty Kelley se detalla la lista de las amantes del duque de Edimburgo, esposo de Isabel II, y ni por asomo se les ha ocurrido a los ingleses pedir la abdicación de su reina por las escapadas de su travieso marido.

En España un país siempre al borde de un ataque de nervios colectivo, la conducta presuntamente delictiva de una hija y el comportamiento seguramente imprudente e inoportuno del monarca, han llevado al rey a abdicar. Después de haber pedido perdón, todo hay que decirlo, cosa que no ha hecho ningún político tras la desastrosa gestión económica de los últimos años.

Juan Carlos, convencido quizá de que no iba a recuperar la popularidad en la que se basa la monarquía o tal vez sin fuerzas para intentarlo, decidió dar paso a su hijo para conservar el trono.

Aunque oficialmente no se reconoce, el momento escogido para la abdicación del rey Juan Carlos tiene que ver con el hecho de que en las Cortes españolas (el congreso) hay una mayoría partidaria de la monarquía que difícilmente va a haber en la próxima legislatura para aprobar la ley de abdicación. De hecho, la abdicación de Juan Carlos I ha sido aprobada con 90 por ciento de los votos de la cámara.

A raíz de esa abdicación, un buen puñado españoles en diversas ciudades, especialmente jóvenes que no conocieron la dictadura de Franco, buena parte de los cuales además se encuentran desempleados, se manifestaron a favor de la vuelta al sistema republicano.

Un vuelco político de semejante calado requiere un cambio constitucional que de momento no se avista en el horizonte. La Carta Magna española tiene lagunas y defectos que deberán ser enmendados, pero tiene el mérito que ha faltado a las doce constituciones anteriores que han regido la vida política de esa nación como es el consenso, fue redactada por todos los partidos políticos, en un país en donde la confrontación ha sido la moneda corriente de su historia. Su valor fundamental es el acuerdo que la hizo posible.

Lo que viene ahora en España no es una transición. Eso ya se hizo en su momento con el paso de la dictadura a la democracia. Lo que debería venir ahora de la mano de Felipe VI es una regeneración, una nueva monarquía para un tiempo nuevo. Felipe deberá ganar la autoridad que tuvo su padre y es ahí en donde radica su principal desafío. Deberá demostrar su utilidad, y la de la institución que encarna.

Que lo logre o no dependerá de la distancia que tome de los episodios negativos que han rodeado la corona últimamente y de cómo evolucione el desafío separatista de Cataluña. Por lo pronto deberá hacer gala de transparencia y ejemplaridad, dos virtudes que exige hoy más que nunca una sociedad desencantada con la elite en el poder.

Sobre Juan Restrepo

Periodista. Incorporado al plantel de Televisión Española durante 35 años, fue corresponsal de TVE en Extremo Oriente, Roma; México, desde donde cubrió Centro América y el Caribe; y Bogotá, para la Zona Andina

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