La muerte en directo

Por: Juan Restrepo

Juan_restrepo_muerte1

Los seres humanos somos sensacionalistas. Y morbosos. Avergüenza decirlo pero es la realidad. Invito a cualquiera que tenga edad para recordar el ataque a las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, a pensar cómo reaccionó. Eran las 8:46 de la mañana en Nueva York cuando se estampó el primer avión sobre la Torre Norte. Nadie que lo haya visto en directo entendió nada. Pero NADIE se quedó serenamente hasta las 9:03, cuando se estrelló el segundo avión en la Torre Sur, a ver cómo terminaba aquello. Nadie dijo: “Caramba, voy llamar a mi mujer (o mi marido) que anda por ahí, a ver qué opina, dos aviones que chocan contra esas torres es mucha casualidad”. La reacción fue otra y todos lo sabemos. Y si no lo vio en directo pregúntese cuántas veces quiso que pasaran las imágenes por televisión.

Traigo a cuento esto a propósito de la fotografía de Aylan Kurdi, el niño de tres años ahogado en la playa turca de Bodrum cuya publicación en muchos periódicos del mundo no solo se convirtió en símbolo de la tragedia de los refugiados sirios que intentan llegar a Europa sino que, además, será motivo de debate en muchas escuelas de periodismo como tema deontológico de la profesión en el futuro. Como fue tema de debate en las redacciones de los medios que decidieron publicarlo en portada  o sacarlo por televisión.

Había dos secuencias de aquella tragedia: un primer plano del niño muerto bocabajo en la playa, la más dura, y el plano general de un policía con el niño en brazos. Un periódico madrileño que se inclinó por poner en primera la versión más dura, colgó en internet el debate en consejo de redacción decidiendo qué hacer; y las razones de aquellos redactores inspiraban una cierta sonrisa si no se tratara de algo tan triste. Estaban dando gusto al humano sensacionalismo y trataban de justificarlo con argumentos como “esto es el símbolo de la tragedia”, “debemos ponerla por honestidad con nuestros lectores” y cosas por el estilo.

Juan_restrepo_muerte3La imagen era brutal, de una dureza devastadora, pero era inevitable impedir su divulgación en los tiempos que corren. Nos hemos familiarizado con la muerte en directo de tal manera que su obscenidad ha desaparecido. En la acepción de obsceno de lo que es impropio o que atenta contra la dignidad de la persona.

El secreto del éxito que un día tuvieron —y se resisten a perder— las películas de gánsters y de prostitutas era que enseñaban dos temas tabús para el ser humano: la muerte y la cópula. Hoy, con miles de millones de cámaras dando testimonio de unas circunstancias que un día fueron íntimas, personales y privadas  hemos perdido el respeto y el pudor ante esos dos momentos.

Hace unos meses vi un video difundido por un cartel mexicano de droga (no supe cuál) en el que aparecían dos hombres con las manos atadas a la espalda. Estaban sentados en el suelo y apoyados a una pared. Eran parientes, tío y sobrino, y pertenecían al cartel de Sinaloa. Se llamaban Félix Gámez García y Bernabé Gámez Castro. Félix hablaba a la cámara porque habían sido atrapados por una banda rival y prevenía a quienes quisieran pasarse de listos con la banda que los tenía en su poder.

Acto seguido, tras el breve discurso de Félix, apareció el brazo de un hombre con una motosierra en la mano con la que procedió a decapitarlo y trocearlo meticulosamente. Bernabé permaneció impasible mientras el verdugo  terminaba la labor con su sobrino dejando la escena inundada en sangre y despojos de carne humana. Luego, el verdugo decapitó a Bernabé.

¿Qué otro horror puede superar a esto? Que el verdugo proceda a cocinar y comerse la víctima ante la cámara. Todo se andará. Al fin y al cabo, con más frecuencia de lo pensamos, la prensa trae en nuestros días reseñas de episodios de canibalismo en los países más civilizados. Por lo demás, si no son los carteles de la droga, tendremos Estado Islámico para rato, abasteciéndonos con imágenes de repulsión y brutalidad semejantes en una escalada que aún no podemos cuantificar.

Juan_restrepo_muerte2Pero la muerte del niño Aylan Kurdi y su exposición ante el mundo, tiene un ingrediente entre telones que no debemos perder de vista. Además de Aylan, murieron su madre, Rehan, y su hermano mayor, Galip, de 5 años. Ellos no tuvieron el privilegio de convertirse en símbolos de nada o de ser motivo de sesudos debates éticos en las redacciones de los periódicos. Ni ellos ni los miles de víctimas que buscando asilo han muerto este verano ahogados en mar, asfixiados en la bodega de un barco o en la cabina de un camión para el transporte de pollos congelados.

Saciado, pues, el morbo con el niño muerto, Europa se sacude el sentimiento de culpabilidad abriendo la mano a los refugiados y admitiendo que algo hay que hacer. Y la playa de Bodrum, en donde apareció el cuerpecillo de Aylan, volvió a llenarse de turistas tomando el sol, al fin y al cabo se trata de la Marbella, la Cartagena de Indias, el Varadero, la Punta del Este, el Saint Tropez de Turquía.

El gran periodista y escritor italiano Tiziano Terzani, que cierto día vio por casualidad una cuerda de prisioneros políticos sometidos a trabajos forzados en Birmania, escribió a propósito: “Este es  un aspecto del extraño oficio de cronista que no deja de fascinarme, y al mismo tiempo de inquietarme. Los hechos que no se cuentan no existen. Cuántas matanzas, cuántos terremotos no ocurren en el mundo, cuántas naves no naufragan, cuántos volcanes no se activan, y cuánta, cuánta gente no es perseguida, torturada y muerta.

“Y sin embargo, si no hubo nadie que recogió el testimonio, que escribió sobre ello, alguien que hizo una foto, que dejó las huellas en un libro, es como si aquellos hechos no hubiesen ocurrido nunca. Sufrimientos sin reseña, sin historia. Porque la historia existe cuando alguien la cuenta. Es una triste constatación. Ahora bien, la idea de que con cualquier pequeña descripción de algo que hemos visto, se pueda dejar una semilla en el terreno de la memoria es lo que hace que ame esta profesión”.

Terziani murió hace años. Vivió otros tiempos del periodismo, tiempos en los que sabías qué traía tu periódico solo cuando lo comprabas en el quiosco; cuando en la prensa había exclusivas, cuando no había decenas, cientos de teléfonos inteligentes registrando todo lo que pasa. Miles de millones de cámaras insensibilizándonos ante el dolor, vulgarizando la muerte. Pero sobre todo, cuando había pudor y respeto ante la desaparición de un semejante, a pesar del innato sensacionalismo del ser humano.

Adenda: ¿Tiene la tentación de buscar en Google el video de los Gámez García-Castro?

Sobre Juan Restrepo

Periodista. Incorporado al plantel de Televisión Española durante 35 años, fue corresponsal de TVE en Extremo Oriente, Roma; México, desde donde cubrió Centro América y el Caribe; y Bogotá, para la Zona Andina

Comentar