Irak en un dilema

Obama asegura que no abandonará a Irak y deja un contingente de 50.000 soldados.

El nuevo Gobierno no sabe qué hacer con el poder. El fantasma de la violencia los atormenta. Siguen aferrados a los Estados Unidos sin saber qué hacer.

Estados Unidos ha puesto fin a una guerra que no debió comenzar nunca. El gobierno de Obama lo ha hecho en unas condiciones en las que no puede ni proclamar la victoria ni tampoco reconocer la derrota; porque las causas alegadas para invadir Irak fueron falsas, la estrategia sobre el terreno equivocado y los objetivos perseguidos imprecisos y cambiantes: las armas de destrucción masiva que sirvieron de excusa a esta guerra resultaron ser una deliberada manipulación; sus promotores pasaron a justificarla como un intento de llevar la democracia a Irak. Es decir, trataron de ocultar detrás de una causa noble unos medios que desde el comienzo fueron sórdidos.

El balance de muertos y heridos que deja esta guerra será siempre un acta de acusación contra quienes la desencadenaron despreciando la legalidad y las instituciones internacionales en nombre de valores que traicionaban en el mismo momento de invocarlos. Más de 100.000 civiles iraquíes han perdido la vida en el conflicto, además de 4.700 soldados de la coalición, la mayoría de ellos estadounidenses, un ochenta por ciento de origen hispano. Estados Unidos, por otra parte, ha gastado cerca de 800.000 millones de dólares en la aventura e Irak es hoy un país arruinado y con pocas esperanzas de estabilidad.

Contemplada en perspectiva, la frivolidad de las decisiones que condujeron a esta guerra, escenificada en la cumbre de las Azores entre Bush, Blair, Aznar y Durão Barroso, es una prueba de la facilidad con la que gobernantes elegidos democráticamente pueden desencadenar una tragedia estéril y colocar al mundo al borde de la catástrofe cuando una mezcla letal de megalomanía mesiánica y ensueños ideológicos inspira sus acciones.

El presidente Obama esta vez no escuchó las voces que le reclamaban prolongar la presencia de las tropas de combate en Irak más allá del 31 de agosto, límite prometido para la retirada durante su campaña electoral y que cumplió antes de cumplirse el plazo. Mantenerlas por más tiempo no hubiera garantizado que las fuerzas iraquíes estuvieran en condiciones de asumir entonces la seguridad del país; tan solo se habría aplazado el momento de que ellos se enfrenten a un problema que nadie podrá resolver por ellos. Estados Unidos deja los 50.000 soldados encargados de adiestrar a las nuevas fuerzas armadas.

Las fuerzas políticas iraquíes siguen sin alcanzar un acuerdo para formar un Gobierno tras las elecciones de marzo. Esta fue una de las razones alegadas por los partidarios para retrasar la retirada estadounidense. Pero también pudieron servir en sentido contrario: mientras las tropas estuvieran en Irak, los líderes electos no tomarían conciencia de las urgentes responsabilidades que les incumben. Su país fue víctima de un gravísimo atropello que ni siquiera la presencia de un tirano como Sadam Husein podía justificar, pero en sus manos está ahora evitar que ese atropello dé la victoria a quienes, después de combatir a los norteamericanos durante siete años, no dudarán en volver sus armas contra los iraquíes para sojuzgarlos de nuevo.

«La misión de combate norteamericana en Irak ha terminado. La operación Libertad Iraquí ha acabado y el pueblo de Irak tiene ahora la responsabilidad principal de mantener la seguridad de su país». De ese modo Barack Obama dio por concluida la guerra de Irak siete años y cinco meses después de su comienzo en un discurso desde la Casa Blanca. El presidente norteamericano, sin embargo, ha evitado clamar victoria porque según ha dicho a la joven democracia iraquí le quedan por delante grandes retos.

Seis meses después de las elecciones parlamentarias, Bagdad aun no tiene un nuevo Gobierno. Cada mes muere en ataques terroristas un promedio de 250 civiles. «Por supuesto la violencia no acabará con nuestra misión de combate. Los extremistas seguirán colocando bombas, atacando a civiles y tratando de alentar la violencia sectaria», aseguró el presidente Obama. «Cuando se forme el Gobierno el pueblo iraquí tendrá un fuerte aliado en los Estados Unidos… Nuestro compromiso con el futuro de Irak no ha acabado».

La retirada de las tropas de Estados Unidos no significa que Irak quede pacificado. La violencia contra civiles ha descendido notablemente desde los días de sus cotas más altas, en 2006 y 2007, pero sigue habiendo tensión interna: étnica, entre la mayoría árabe y la minoría kurda, y religiosa, entre la mayoría chiíta y la minoría suní, a la que pertenecía el dictador depuesto Sadam Husein.

Quedan en Irak ya 50.000 soldados para apoyar a las tropas nacionales y para labores antiterroristas, en una operación bautizada por el Pentágono como ‘Nuevo Amanecer’. Estos soldados saldrán definitivamente del país en diciembre de 2011.

«Poner fin a esta guerra no es sólo algo que beneficie a Irak es también a beneficio nuestro», dijo Obama. «EE UU ha pagado un precio enorme con tal de depositar el futuro de Irak en manos de su pueblo. Hemos enviado a nuestros jóvenes hombres y mujeres a hacer enormes sacrificios en Irak y hemos destinado para ello grandes recursos en una época de ajuste de presupuestos en casa. Hemos perseverado porque compartimos con el pueblo iraquí la creencia que de las cenizas de la guerra podía generarse un nuevo comienzo en esa cuna de la civilización».

Obama ha citado a George W. Bush en su discurso en tres ocasiones. En ninguna ha hecho lo que le pedían los líderes republicanos del Congreso: agradecerle a Bush que ordenara un aumento de 20.000 soldados en la misión bélica iraquí en 2007. Tanto Obama como su vicepresidente Joe Biden y la Secretaria de Estado Hillary Clinton, se opusieron a ese refuerzo militar, pero en diciembre, el propio presidente ordenó un aumento de 30.000 soldados en Afganistán, copiando esa misma estrategia.

En su punto máximo, hubo simultáneamente en Irak 165.000 soldados estadounidenses. Han pasado por aquel país un millón de hombres desde el comienzo de la guerra, de ellos, 4.247 han fallecido y 34.268 han resultado heridos, según el Pentágono.

La guerra de Irak se convirtió en un testamento político para el ex presidente Bush, que encontró una fuerte oposición tanto en la comunidad internacional como en la opinión pública estadounidense. Hoy día según la última encuesta de la consultora Gallup al respecto, el 54% de los norteamericanos sigue pensando que fue un error mandar tropas a Irak. El punto máximo de rechazo llegó en los últimos meses de presidencia de Bush. En abril de 2008 había un 63% de estadounidenses que criticaban la invasión. Cifras semejantes no se han visto en las estimaciones de opinión de la otra guerra que queda abierta, la de Afganistán.

Presente y futuro incierto

Si la misión militar de Estados Unidos en Irak toca a su fin, la conclusión del trabajo de reconstrucción del país siete años después de la invasión, queda muy lejos. Del billón de dólares que Estados Unidos ha gastado desde 2003 en Irak, 50.000 millones se han invertido en proyectos de reconstrucción.

A pesar de que las condiciones de vida de la población han ido mejorando a medida que lo hacía la seguridad, un 23% de los 30 millones de habitantes vive por debajo de la línea de pobreza de dos dólares por día y un 3% sufre hambre y malnutrición, según Naciones Unidas. Las cifras adquieren un significado más siniestro si se tiene en cuenta que la inseguridad alimentaria afectaría a otros 6,4 millones de personas si no fuese por la ayuda pública. El 90% de la población sigue recibiendo alimentos mediante cartillas de racionamiento.

También la red de infraestructuras está seriamente dañada. Según los datos publicados por el centro de investigación estadounidense Brookings Institution, en febrero de 2009 solo el 45% de la población tenían acceso directo al agua potable, y solo el 50% disponía de electricidad durante más de 12 horas al día. Igual porcentaje se registra para el número de habitantes que viven en una casa con unos estándares mínimos de habitabilidad, mientras que solo el 30% tenía acceso a los servicios públicos de salud.

Las estadísticas ofrecen una imagen desalentadora. Sin embargo, reflejan también una sustancial mejora de la situación si se compara con datos anteriores. Solo un año antes, en 2008, los porcentajes eran la mitad o menos, como en el caso del acceso a los servicios sanitarios que en el 2009 lo tenía el 20% de la población y en 2008 apenas el 8%.

Otros indicadores sobre las condiciones de vida de los iraquíes, siete años después de la caída del régimen de Sadam Husein, se prestan a la misma doble lectura. La tasa de desempleo, por ejemplo, ronda el 18% y otro 10% de la población tiene un trabajo temporal. En el 2003 los desocupados alcanzaban el 28% de la población.

Pero si bien más del 60% de los iraquíes cuenta con un empleo fijo, en el 43% de los casos se trata de un empleo público. Un sector que se ha visto afectado por los recortes de los presupuestos generales causados por la baja del precio del petróleo. Y esto a pesar de que Irak, el cuarto país del mundo por reservas, haya aumentado constantemente sus exportaciones desde 2003. En abril el volumen de la producción diaria de petróleo llegó a 2,41 millones de barriles muy lejos de los 3,5 millones que se alcanzaron en 1979.

Una herencia pesada que deja el conflicto es el número de refugiados, un millón, según el Alto Comisionado de Naciones Unidas. Otro millón y medio de personas son desplazados internos. Entre 2008 y 2009 solo 62.000 refugiados regresaron al país y 320.000 desplazados volvieron a sus hogares de los que en muchos casos habían huido para escapar a la violencia sectaria.

La inseguridad y los atentados que siguen cobrándose la vida de decenas de iraquíes -en lo que va de año más de 1.000 civiles han sido asesinados – no contribuyen a crear las condiciones para el regreso de los demás.

Ahora, Irak se encuentra rodeado de escombros, chatarra de la guerra, mucho miedo, indecisión, inseguridad y una soterrada guerra fratricida inspirada en la lucha religiosa y étnica. Se acostumbraron a vivir a expensas del poder militar de los Estados Unidos y la salida de las tropas los deja en un ambiente de orfandad e indecisión.

Obama terminó diciendo que no abandonará a Irak. Seguirá en la lucha contra los terroristas. Esa es la batalla que queda pendiente y aseguró que Estados Unidos terminará desmantelando y derrotando a Al Qaeda.

Sobre Rodolfo Rodriguez

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