Gabo atrapado en su soledad

Por:  Rodolfo Rodríguez Calderón

Desde temprano todos estábamos a la espera.

Ese día llegaban de Nueva York el director de nuestro periódico “Diario de Caribe”, Álvaro Cepeda Samudio y el periodista y escritor Gabriel García Márquez, quien regresaba a Barranquilla luego del éxito de su novela Cien Años de Soledad.

Gabo con camisa de arabescos y colores radiantes en su temporada en El Heraldo de Barranquilla. (Foto Ojeda)

Gabo con camisa de arabescos y colores radiantes en su temporada en El Heraldo de Barranquilla. (Foto Ojeda)

Había un grupo de periodistas de la radio. Unas dos mil personas entre amigos, estudiantes y familiares que se habían dado cita en el viejo aeropuerto de Barranquilla para ver de cerca al hombre que había internacionalizado los sueños, frustraciones y leyendas de la región norte de Colombia, especialmente de Aracataca,  su pueblo natal, en un solo libro.

Todos los periodistas y fotógrafos que trabajábamos en el Diario del Caribe estábamos allí esperando a los dos hombres que le habían dado una gran dimensión al realismo mágico.

El primero en llegar fue Gabriel García Márquez, quien se asombró de la gran cantidad de personas que se acercaron para darle la mano o pedirle un autógrafo.

En cualquier otra parte del mundo la gente puede hacer las cosas pensando en la inmortalidad o la fama. En Barranquilla, extrañamente, tales cosas no suceden y la sabiduría popular lo confirmó en ese momento. Gabo regresaba después del deslumbrante éxito inicial de Cien Años de Soledad y fue recibido en el aeropuerto por una docena de periodistas y unos dos mil curiosos y como él, aún no se acostumbraba a aquellos trajines, se asustó ante aquel recibimiento de reina o de futbolista famoso y cuando, desesperado y temeroso, trataba de eludirse, uno de sus antiguos camaradas de parrandas, un chofer de taxi, le dijo para tranquilizarlo: “no te preocupes Gabito que aquí no hay fama que dure quince días”.

Pero allí estaba también, entre sus amigos, Alfonso Fuenmayor; el periodista, el crítico literario, el profundo conocedor del idioma español, escritor por naturaleza y personaje literario sin proponérselo, el hombre reposado de cabellos grises, gafas plásticas de color negro, discreto y con gran sentido del humor. Ese fue el hombre y el amigo que siempre estuvo pendiente de seguir los pasos literarios de Gabo.

Alvaro Cepeda Samudio

Media hora después se acercaba a la rampa el avión que traía a Álvaro Cepeda Samudio, director del Diario del Caribe y presidente de Colinsa (Colombiana de Inversiones S.A) del grupo Santo Domingo. Cuando estuvo cerca de la terminal de pasajeros abrieron la puerta para que Gabo fuera a saludar a su amigo, confidente y lector de todo lo que escribía.

Gabriel García Márquez señala a Álvaro Cepeda (El Nene) que tiene vestido entero y corbata, vestido que nunca usaba en Barranquilla aun en fiestas importantes. Álvaro señala que Gabo ya no tiene las camisas de colores sino una guayabera blanca de lino. Esto fue en el aeropuerto de Barranquilla en 1968. (Foto de Scopell)

Gabriel García Márquez señala a Álvaro Cepeda (El Nene) que tiene vestido entero y corbata, vestido que nunca usaba en Barranquilla aun en fiestas importantes. Álvaro señala que Gabo ya no tiene las camisas de colores sino una guayabera blanca de lino. Esto fue en el aeropuerto de Barranquilla en 1968. (Foto de Scopell)

Cuando la puerta del avión se abrió, tanto Álvaro como Gabo corrieron para darse un abrazo fraternal.

Muchos años atrás, cuando Gabriel García Márquez trabajaba en el diario El Universal de Cartagena, en una de sus visitas a Barranquilla en un bar de la calle San Blas, se conoció con Álvaro y fue una amistad que permaneció para siempre.

Gabo siempre decía que “un amigo es uno que lo sabe todo de ti y a pesar de ello te quiere”. Así comenzó Gabo en su búsqueda del poder de las letras. Ya Álvaro Cepeda había escrito “Todos estábamos a la espera” y estaba escribiendo la Casa Grande, la cual dedicó a su amigo Alfonso Fuenmayor. Ambos aportaban conocimiento del idioma. Alfonso era graduado en literatura contemporánea de la universidad de Berlín, Alemania, conocía profundamente el griego y el latín. Alfonso era un lector por vocación y llevó a Gabo a leer a Aldous Huxley y Hemingway, entre otros.

El grupo de la cueva

En el grupo de la Cueva, un bar para oir música y hacer tertulia en calle 20 de Julio, que era de propiedad de Eduardo Vila Fuenmayor, se reunían un grupo de amigos todos amantes de las letras: Álvaro Cepeda Samudio, Quique Scopell, Maglio Mancini, Joaco Ripoll, Germán Vargas, Julio Roca Baena, Juancho Jinete, Alfonso Fuenmayor, Alejandro Obregón. Entre ellos habían publicitas, músicos, escritores, fotógrafos, periodistas, pintores, quienes cada fin de semana mínimo, hacían tertulia para mostrar poemas, cuentos y capítulos de las novelas que ellos escribían; leían y establecían discusiones respetuosas.

Gabito comenzó, humildemente, a darle sus escritos a Álvaro Cepeda, Germán Vargas Castillo y Alfonso Fuenmayor. Era un trío de amigos en quienes él tenía depositada toda su confianza y nunca enviaba nada a la imprenta sin antes tener el visto bueno de sus amigos.

Sonia, la hija de Fuenmayor, quien es arquitecta y vive ahora en Washington, tiene muchas cartas que dan fe de la confianza que tenía Gabo en su amigo del alma.

Polémicas con Gabo

Alejandro Obregón, compañero de estudios de Álvaro y hombre de exquisitos modales y de familia de la aristocracia, cuando se reunía con Gabriel García le decía que se había traído el campo para la ciudad porque Gabo usaba zapatos de suela volada, camisa por fuera de muchos colores brillantes y bluejens con los dobladillos grandes. Pero luego se hicieron muy buenos amigos.

Con botas de tacón cubano en la sala de la dirección del Diario de Caribe (Foto de Carlos Capella)

Con botas de tacón cubano en la sala de la dirección del Diario de Caribe (Foto de Carlos Capella)

Un día cualquiera luego de visitar las instalaciones de El Heraldo, donde trabajó y escribió la columna La Jirafa con el seudónimo Septimus, Gabo acompañado de Alfonso Fuenmayor fue al Caño del Mercado de Barranquilla a saludar a algunos amigos comerciantes, pasando por la vieja librería del sabio catalán Ramon Vinyes. Y ese día se toparon también con un vendedor de yuca y plátano quien reconociendo a Gabito le dijo que tenía un cuento largo que quería que él leyera. Gabo y Alfonso estuvieron de acuerdo y raudo el vendedor fue a sacar un paquete de hojas amarillentas dobladas. Con cariño Gabo devoró las cuartillas escritas a mano y cuando terminó le dijo a Alfonso Fuenmayor: “te das cuenta porque no creo en la Academia de la Lengua donde limitan al escritor y le impiden que fluya con libertad. Este hombre ignorante de la buena ortografía y desconociendo la “Inquisición del lenguaje”, la Real Academia de la Lengua, escribió libremente algo tan bueno que cuando tú Alfonso, le des una  mano en lo que se refiere al  buen uso del español, podría ganar cualquier premio nacional de cuento.

Dijo además que en la Costa Atlántica colombiana la gente escribe mucho, “aquí lo absurdo es cotidiano”.

El poder siempre está presente en la obra de Gabriel García Márquez. “Soy un cronista y me gusta ir más allá de la noticia por eso el poder me persigue, me busca”. Hablando sobre el poder, Gabo dijo que “el más poderoso, grande y eterno de todos los poderes es el amor”.

El ensayista y traductor francés Jacques Gillard, tradujo primero la obra completa de Álvaro Cepeda Samudio y se metió luego en el mundo de los escritores de la costa norte de Colombia especialmente en La Cueva, lugar de tertulia de estos intelectuales del Grupo Barranquilla. Allí investigó y escudriño los recuerdos de un grupo de amigos que por los años 50 se dedicaban, en Barranquilla, a vivir tan intensamente como podrían hacerlo en cualquier otra parte, en este grupo dos escribían, uno pintaba, otro hacia criticas de cine, uno leía mucho, otra amaba los deportes y otros más tenían bastante con sus anécdotas, sus borracheras, sus interesantes personalidades y travesuras.

Mientras la mayoría de los escritores no muestran sus originales hasta que la obra no está completa, Gabo y Álvaro Cepeda lo compartían todo haciendo talleres literarios en la Cueva leyendo en voz alta cada una de sus cuartillas. Gabo decía que él escribía para que sus amigos lo quisieran más.

La soledad, el poder, el amor y la ternura siempre fueron los temas que copaban su vida y lo inspiraban para escribir y llenar la página en blanco.

Gabriel García Márquez era un hombre acostumbrado a la soledad desde su infancia pero que le gustaba buscar compañía. Afirmaba que para viajar lejos no hay nada mejor que un libro.

Mientras trabajé en los años 60 en el Diario del Caribe y El Heraldo, siempre que Gabo estaba en Barranquilla, Alfonso o Álvaro Cepeda me invitaban y con ellos hacíamos tertulia. No era un amigo personal de Gabo pero él sabía que Álvaro y Alfonso me apreciaban mucho y el amaba a los que amaban sus amigos.

La risa de Gabo llenaba el silencio y cuando íbamos a tomar whisky en la casa del amigo guajiro Quique Palacio, nos sentábamos cómodamente en la sala y Quique que vendía licores como si fuera un “San Andresito”, sacaba lo mejor de su cava y era Julio Roca Baena, la mano derecha de Álvaro Cepeda y subdirector del Diario del Caribe, quien hacia el brindis. Julio era un gran crítico de cine, un melómano y un periodista destacado. Desde ese momento todos nos desconectábamos de la realidad y viajábamos con música vallenata a través de la provincia y de los recuerdos de infancia. Todos poníamos nuestro granito de arena.

Cuando trabajé en El Espectador vi nuevamente a Gabo antes de que se mudara definitivamente para México, luego de su lucha infructuosa para que su pueblo de Aracataca recibiera ayuda del gobierno.

Gabo se ha ido y nos ha dejado sabiduría, soledades, recuerdos, su amor por la música vallenata, miles de hojas de libros maravillosos, ternura y mucho amor.

Hoy Gabito le dio descanso a su soledad.

Sobre Rodolfo Rodriguez

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