El peligro de las antologías

Una antología tiene muchos peligros. Casi siempre, no son todos los que están, y tampoco están todos los que son. Se peca al incluir arbitrariamente algunos escritores, al gusto (también arbitrario e individual) del compilador; otros se excluyen por razones personales que se dan silvestres, como el resentimiento o la envidia; y en muchas ocasiones, hay un descuido en la forma de tratar a los otros escritores, y se incurre en una notable serie de errores. Lo que se llamaba en tiempos del linotipo una fe de erratas, y que ahora, aunque se siguen cometiendo, no se justifican.

Hay una antología de Rubén Darío, con un juicioso prólogo de Octavio Paz. La edición y guía de lectura, estuvo a cargo de Carmen Ruiz Barrionuevo, y en más de 280 apretadas páginas, con letra muy menuda, está editada por Austral.
Pero hay en ella varios errores. No muy numerosos, pero sí imperdonables, (todo error es imperdonable en cualquier libro; y en una obra de poemas, los errores son como disparos). Sin embargo, los que existen, justificarían que el bardo nicaragüense se revuelva en su tumba.

Y pese a lo anterior, resulta muy grato reencontrar a Darío, en la plenitud de su poesía, que revolucionó las letras castellanas, y que sigue -y seguirá- teniendo una enorme vigencia. Además, luego de cada uno de los poemas incluidos en la obra, hay un comentario juicioso, y unos datos valiosos. Por ejemplo, cuándo, dónde y en qué medio, se publicó por primera vez, y qué dicen respecto al contenido del poema conocidos y valiosos críticos, como Arturo Marasso, María Teresa Maiorama, Lilia Dapaz, Alonso Zamora Vicente, y muchos otros.

Los errores, son simples olvidos de una palabra, cambio de una letra o de una palabra por otra; pero son fatales. No abundan, en una obra tan extensa y de tanto aliento como ésta, pero ahí están. Y esto de los errores en las antologías de los poetas que han muerto, se repite, en todas las editoriales, y en todas las épocas. (Recuerdo una antología de Miguel Hernández, editada por Plaza & Janes, y que tiene errores tan grandes como olvidar el primer terceto de un soneto muy conocido).Tal vez hay un descuido porque ya nadie reclamará, o un desconocimiento, o una prisa, pero en todo caso, esos errores afectan la armonía de un verso, hasta en muchas ocasiones destruirlo.

Y sin embargo, qué placer se siente andando por estas páginas, y recuperando al inmenso Darío, que no morirá aunque algunos críticos opinen lo contrario, y los antologistas anden por la vida haciendo cojear sus versos inmortales.

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