El nuevo libro de Gustavo Castro Caycedo

 “Su segunda Oportunidad”, historias como de novela

El hombre nace solo una vez, pero si sufre una gran adversidad y logra su segunda oportunidad: vive dos veces. Y eso le sucedió a los héroes de este libro.

Ediciones “B” editó el libro número 35 de Gustavo Castro Caycedo, titulado: Su segunda oportunidad que relata las historias de vida de 20 mujeres y hombres excepcionales, y que divulga la dimensión de sus actos, con los que derrotaron sus realidades en extremo adversas, dramáticas, y algunas: insólitas.

No se trata de una sola investigación periodística, más bien de 21; la primera para seleccionar a más de 100 persona cuyas historias coincidieran con el título de esta publicación, de las cuales fue seleccionada la quinta parte, es decir la de los 20 protagonistas que ocupan estas páginas, para conocer sus vivencias en las que, la narración su segunda oportunidad los convierte en un gran ejemplo.

Estas páginas no solo relatan historias sorprendentes, buscan que ellas trasciendan como ejemplos de superación fe, y tenacidad, dignas de ser emuladas por otros seres humanos ante sus duras realidades pues ellos también sueñan y anhelan, su segunda oportunidad.

Los protagonistas del libro vivieron de repente situaciones extremas, nacidas de la mala suerte, la injusticia, graves enfermedades, accidentes, desastres naturales, o por un desamor. Pero tuvieron el valor de levantarse y seguir adelante, liberándose de las cadenas que los ataban a su dolor. Le señalaron un nuevo derrotero a sus vidas y se atrevieron a cruzar el límite que separa el éxito, del fracaso; el triunfo, de la derrota; el amor, del desamor; la alegría, del dolor; o la vida, de la muerte.

Unos de ellos tomaron decisiones radicales convirtiendo lo que parecía un imposible, en algo posible; se negaron a perder sus sueños y le dieron un vuelco a su destino. Otros desfallecieron por momentos, pensando que no había esperanzas, y hasta quisieron quitarse la vida, (flaquear es humano), pero reaccionaron y evitaron la derrota. No sabían de lo que eran capaces, pero descubrieron la verdadera dimensión de su valentía; lucharon sabiendo, que: “Cuando la noche está más oscura, es porque va a amanecer”.

Sus historias descubren a 20 seres humanos que se ganaron y supieron aprovechar su segunda oportunidad, son ellos: Son ellos: Max Kirschberg: “En Auschwitz la única opción era la muerte”. El increíble drama de Fernando Araújo, durante 2222 días. Juan Martín Caicedo Ferrer: encarcelado, pero era inocente. Pedro Gómez Barrero, como el ave Fénix: resurgió. Antonio Navarro Wolff: “Estuve al otro lado del túnel”. Adriana Eslava: “En ese atentado se salvó mi vida”. Así vivió Jota Mario Valencia su ruina, y su exilio. Hernán Peláez Restrepo: “Y el médico me dijo: !Oiga, usted lo que tiene es cáncer! Ricardo Quintero García: su avión cayó en alta mar. Nelson Cardona, conquista el mundo sin una pierna. A Jorge Consuegra lo dieron por muerto, pero él quería vivir. Gilberto Castillo, al perder un ojo, vio su segunda oportunidad. Gustavo Londoño… ¡Desde entonces, todo es ganancia! Shakira Meberak, del menosprecio a la gloria. La segunda oportunidad de Javier de Nicoló, fue la de 100.000 “gamines”. Las dos segundas oportunidades de Javier Darío Restrepo. Nohora Elizabeth Hoyos, muy superior a sus agonías. El mismo día, Cristina Gaitán, perdió a su esposo y a tres hijos. Por ayudar a la Cruz Roja, a Luis Eduardo de la Torre, “El Culebrerito de Armero,” se lo llevó la avalancha. Dos llamadas, y otro amor, salvaron a Alejandro Muñoz.

De ellos, unos tomaron decisiones radicales convirtiendo lo que parecía un imposible, en algo posible; se negaron a perder sus sueños y le dieron un vuelco a su destino. Otros desfallecieron por momentos, pensando que no había esperanzas, y hasta quisieron quitarse la vida, (flaquear es humano), pero reaccionaron y evitaron la derrota. No sabían de lo que eran capaces, pero descubrieron la verdadera dimensión de su valentía; lucharon sabiendo, que: “Cuando la noche está más oscura, es porque va a amanecer”.

Como abrebocas de este libro que ciertamente merece ser leído, su autor permitió transcribir a verbienmagazin.com, un capítulo de la vibrante y valerosa historia de don Max Kirschberg, quien pasó varios años en los campos de concentración de Adolfo Hitler, autor del exterminio judío durante la Segunda Guerra Mundial. Las siguientes líneas corresponden a esa dramática narración:

Max Kirschberg: “En Auschwitz la única opción era la muerte”

 A Max Kirschberg le marcaro en Auswitchs su brazo izquierdo con el número 77632. Foto de su archivo personal  Captura

A Max Kirschberg le marcaro en Auswitchs su brazo izquierdo con el número 77632. Foto de su archivo personal Captura

“Cuando volví a Alemania, siempre me decía a mi mismo: ¡No puedes odiar, no puedes odiar! Hay mucha gente buena en este país; yo creo que eso me ayudó a superar muchas cosas”, expresa el protagonista de esta historia, quien padeció un infame cautiverio en los campos  Nazis de exterminio. El, a sus 88 años, goza con sabiduría de su segunda oportunidad: es un hombre sereno, amable, sensible, cálido, y un excelente padre y abuelo.

Sobre el capítulo más trágico de su vida, cuenta: “Al bajarnos del tren llegamos a Auschwitz; oficiales de las SS armados con fusiles(y acompañados por perros pastores alemanes que nos ladraban ferozmente), nos seleccionaban, gritando: ‘usted hacia  la izquierda´, ´usted a la derecha’. Después supe que izquierda o derecha, significaba trabajos forzados, o cámara de gas, a donde enviaron a mi madre, Devorah y a mi hermanita, Esther.

“Ni siquiera pude despedirme de ellas, esa fue la última vez que las vi… La esperanza de reencontrarlas fue muriendo poco a poco”, expresa don Maximiliano Kirschberg, a quien se le ‘humedecen’ los ojos  al recordar lo  que tuvo que soportar en los inhumanos campos de concentración de Auschwitz y Buchenwald.

El anota: “Cuando el tren llegó a Buchenwald, más de la tercera parte de quienes venían con nosotros en el mismo vagón, había muerto. Los nazis nos habían quitado todo, nuestro nombre, nuestra voluntad, nuestra dignidad humana, nuestras vidas. Solo éramos unos números, no seres humanos; para ellos, más bien bestias tratando de sobrevivir. Sí, para ellos solo éramos parásitos que debían ser aplastados o desechados”, expresa Don Max. Allí nos mandaron a vivir y dormir  a unos establos para caballos, cada uno albergaba unas 1900 personas hacinadas.

Un tren de carga, con centenares de Judíos llega a Auswitchz

Un tren de carga, con centenares de Judíos llega a Auswitchz

“Una vez íbamos caminado y oí la voz de un oficial de las SS gritando “Komm her, schnell schnell”, “Ven aquí, rápido-rápido”. Era una costumbre macabra de los guardias, muchas veces cuando simplemente alguno de nosotros paraba y se daba vuelta, porque se sentía aludido cuando le gritaban: “Judío”. Entonces le decían: ‘¿Por qué te haces el importante? ¿Por qué crees que me refería a ti?’ Y simplemente sacaban su pistola y le disparaban, diciendo: ‘Verdammtes Judenpack´’, ‘malditos judíos’, así eran ellos”.

Las SS, (Schutzstaffel), fue una organización de compañías o escuadras de índole militar, policial, política, penitenciaria y de seguridad de la Alemania nazi.

Don Max prosigue: “En una ocasión yo me detuve porque los gritos del guardia no cesaban, y me di vuelta para presentarme: “77362 (siebenundsiebzig dreizweiund sechzig – setenta y siete tres sesenta y dos), se presenta en su sitio. Era la frase que tenía que decir a los de las SS, y ese, el número  imborrable que me tatuaron en mi brazo izquierdo  ya no tenía nombre ni apellido, solo este número. Sí, esa era mi presentación ante un oficial nazi: ‘77362 se presenta’, el oficial me gritó y me ordenó ponerme yo de rodillas y colocar mi mano sobre una banca de madera que había allí; tomó su rifle y me lo descargó con la culata sobre mi mano derecha, rompiéndomela. Luego dijo: ‘para que aprendas a escuchar mejor la próxima vez’. Y se fue riéndose, dejándome con mi mano sangrante y casi destruida.

El señor Kirschberg, prosigue: “Al otro día, los muchachos de mi bloque me ayudaron al marchar hacia el trabajo; se ocuparon de ocultarme en la mitad de nuestro pelotón para que los oficiales de las SS no vieran mi mano rota. Durante las siguientes semanas todos ellos me ayudaron en los trabajos para que no descubrieran mi incapacidad, porque un judío que no podía trabajar no les servía y era enviado a las cámaras de gas.

A la entrada de Auschwitz,  había un una frases con el lema nazi ‘Arbeit macht frei'  - El trabajo hace libre

A la entrada de Auschwitz, había un una frases con el lema nazi ‘Arbeit macht frei’ – El trabajo hace libre

Y, continúa diciendo: “En el campo de Auschwitz, nunca hablábamos del mañana, no existía, no había charlas sobre, ‘qué vamos a hacer después de que salgamos de aquí’ ¡Es que no había salida! Por eso no hablábamos del futuro… No teníamos futuro, solo hablábamos del pasado, porque la salida de Auschwitz solo era posible a través de la muerte que llegaba en los campos de trabajo, en las barracas, o en las cámaras de gas… Era nuestra única salida”

El Holocausto judío, es una historia macabra, marcada con la huella del horror y la ignominia y no podrá ser borrada jamás; nadie puede entender cómo llegó a suceder, cómo pudo pasar algo tan tremendo.

Don Max nació en Breslau,  Alemania, el 13 de febrero de 1925. Esther, su hermana, era año y medio menor que él, quien expresa:“Recuerdo un episodio totalmente aterrador allí, cuando llegué: un oficial nazi que vio a una mujer cargando a un bebe, (no creo que fuera mayor de 3 meses), se lo arrebató  de los brazos;  lo agarró   y lo lanzó al aire, hacia arriba, sacó su pistola y le disparó al bebé, cuando este se estrelló contra el piso, no hubo ruido ni llanto…solo un golpe seco, de sonido seco…y hubo silencio. Un silencio que no olvido. Aún, hoy en día revivo esas terribles e imborrables imágenes.

A Don Max escuchaba a los aviones aliados

A Don Max escuchaba a los aviones aliados

Entre 1941 y 1945, más de seis millones de judíos fueron exterminados por el régimen nazi de Adolfo Hitler. Auschwitz, cercano a Cracovia, (Polonia) , situada en las márgenes del río Vístula, fue el mayor centro de exterminio nazi; allí murieron de manera horrenda, más de un millón de niños, mujeres y hombres.

El cálculo de la cifra de las personas asesinadas despiadada y miserablemente en los campos de exterminio nazis, son  aberrantes: En Auschwitz, 1.400.000 seres humanos; en Treblinka 870.000; en Belzec 600.000; en Chelmno 320.000; en Jasenovac 600.000; en Majdanek 360.000; en Sobibór 250.000 y en Maly Trostinets, unas 65.000.

Los nazis atestaban los campos de concentración, de judíos, y de otras minorías opositoras de su régimen. El método atroz del uso de cámaras de gas, fue máxima expresión de violencia contra los judíos.

Don Max tiene 88 años

Uno de los ciudadanos prisioneros que sufrió en carne propia el horror de ese campo de concentración, fue Don Maximiliano, (a quien llaman cariñosamente Max), protagonista de esta historia, un empresario alemán de 88 años que vive en Bogotá, y quien tras narrar su historia durante varios años a su Hijo Donald, aceptó al autor dos extensas entrevistas, y permitió que su historia fuera incluida en este libro.

Don Maximiliano  Kirschberg a sus 88 años. Foto de su archivo personal

Don Maximiliano Kirschberg a sus 88 años. Foto de su archivo personal

Supe de don Maximiliano por un poema que él escribió y que fue hecho público en el Centro Israelita de Bogotá. En él, expresa algunas de sus vivencias en un tristemente célebre campo de exterminio Nazi, expresando con profunda nostalgia el recuerdo de su madre, Doña Dévorah y su hermanita Esther, quienes ingresaron con él, el mismo día, a ese centro de tortura y muerte, siendo separado de ellas para siempre en la misma puerta del tenebroso infierno de Auschwitz, sin que se pudieran despedir. Don Max, escribió:

“Pienso en Auschwitz, pienso en ti,

tú eras mi punto central en la vida,

tú te preocupaste por mí con tu mano protectora,

yo sentía tu amor

y que solamente podía contar contigo.

Tú estabas conmigo cuando nos transportaron,

hasta que llegamos,

y en ese terrible sitio, los gritos, las multitudes de personas,

hambre, miedo, me hacían cansado;

tú me acercabas, me amabas con tu bondad.

Me arrancaron de ti, una última mirada y ya no estabas…

Yo estaba solo en ese terrible sitio.

Una vida llena de dolor, de sufrimiento, estaba comenzando,

desesperado me preguntaba cómo podría sobrevivir esto.

En una montaña de ropa encontré una pañueleta que tú habías utilizado,

mi corazón se paralizó, no podía decir nada.

Repentina esperanza me llegó de que tú estabas cerca, quizás;

pensaba, creía que estarías nuevamente,

mis deseos eran tener esa suerte.

Mis camaradas me decían: ”Ella no volverá”.

Mi mundo se oscureció,

toda la esperanza desapareció, ya mi madre no vivía,

nunca como antes había tenido esa sensación.

Yo pude soportar dolores, sufrimientos,

sobreviví el campo;

era lo que la vida me podía proporcionar,

yo seguía mi camino a una mejor época,

ya no estaba solo, estaba listo para una etapa,

pero nunca pasó ni un día en toda mi vida

en que los recuerdos de mi madre presente, me brindaban”.

Agentes de las SS seleccionan a los Judíos al llegar a Buchenwald

Agentes de las SS seleccionan a los Judíos al llegar a Buchenwald

Tras conocer este conmovedor poema, logré hacer contacto con Donald Kirschberg, hijo del protagonista de esta historia, gracias a él visité y entré en diálogo con su padre.

Los dos me permitieron acceder al resumen de algunos episodios que don Max le había referido durante años a Donald, sobre su vida como víctima del terror y el horror nazi, y que este ha guardado devotamente.

Donald se  convirtió en el ágil y minucioso investigador que visitó los tenebrosos sitios donde su papá vivió en carne propia los horrores del nazismo, consiguiendo en ellos una serie de documentos, certificaciones y fotografías que han seguido documentando la dramática historia de Don Max, sobre el antes, durante y después de la Segunda Guerra  Mundial; investigación que Donald Kirschberg, continúa, decidido a rescatar hasta el último detalle sobre esos años de su padre, víctima de los nazis.

“La ventaja que he tenido para guardar mis memorias, ha sido mi hijo Donald, a quien yo le contaba mi historia desde el principio, desde cuando él era pequeño, y ya más grande, cuando estaba en el colegio, él comenzó a apuntar muchas cosas de esas que yo le contaba.

B Los alemanes se rendían a los soldados americanos

Los alemanes se rendían a los soldados americanos

“En febrero de 1931 cumplí seis años y me sentía ya grande, porque en ese año podría finalmente ir a la escuela con mi bolsa grande de papel, llena de dulces. Al empezar el año escolar, a principios de septiembre, conocí muchos niños y niñas, yo me sentía parte de la clase, todos me aceptaron bien.

“En la familia convivíamos muy bien, no nos faltaba nada, pero como chicos, con mi hermana Esther, yo creo que no nos preocupábamos de dónde consiguen los padres dinero para alimentar a la familia. Por lo menos yo no lo hacía. Yo sé que estaba muy feliz y para mí lo más importante en la vida era mi madre, aunque quería mucho a mi padre.

“Después de cuatro años pasé al bachillerato (“Mittelschule”), todavía las cosas iban más o menos bien, pero ya se empezaba a sentir la influencia de la NSDAP, (Partido Nacional Socialista Obrero Alemán), o Partido Nazi.

“Yo tenía un amigo en la clase llamado Sigfried, (Sigifredo en español); una vez llegando al  colegio,  me dijo: ‘Tú eres mi amigo, pero mi padre me dijo que tratara de no tener amigos judíos”…Yo era muy amigo de él, muchas veces él venía cuando me veía solo y nadie lo observaba me dijo varias veces, ‘mira, yo quiero hablar contigo, pero tú sabes,  mi padre no quiere’. El no me despreció, yo creo que hasta el final él venía muchas veces a una calle cerca de donde vivíamos, para verme, nuestra amistad era muy buena.

Don Maximiliano, recuerda: “Corrían los años 1935 y 1936, ya se veía a las S.S. marchando con su uniforme café con sus insignias, y la suástica en el brazo izquierdo, cantando  por la calle canciones típicas de marchas militares”.

La suástica, o esvástica, es una cruz cuyos brazos están doblados en ángulo recto. Los nazis la adoptaron en 1920, como símbolo de la “raza aria”.

Recordemos que 600.000 judíos Alemanes, es decir el 0,76 por ciento de la población de Alemania, fue declarada por los nazis como un “enemigo interno, responsable de la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial,

Les prohibieron el ejercicio de la medicina

A principios de 1938, fueron confiscados los pasaportes de los judíos alemanes;  los obligaron a registrar todos los bienes que poseían. En agosto de ese año, los nombres usados por los judíos fueron regulados, se definió el concepto de “negocio judío”, y les prohibieron el ejercicio de la práctica de la medicina. Todo apuntaba a que  debían emigrar de Alemania.

Los americanos arriaron las banderas nazisliberados

Los americanos arriaron las banderas nazisliberados

Don Max cuenta: “En 1938 fuimos expulsados del colegio, allí empezaron a andar mal las cosas para nosotros, los judíos. Teníamos ya muchas prohibiciones: no podíamos asistir al cine, ni a eventos deportivos; ni podíamos ir a ciertos almacenes, donde siempre decían: “Los judíos no son bienvenidos.

Según los registros históricos de la época, al paso de los días, los nazis dictaban cada vez más normas y leyes crueles para dañar la vida de los judíos.

Don Max comenta: “Algunos amigos míos me miraban mal, yo empecé a oír muchas veces “Juden sind unser Untergand”, “los judíos son nuestro hundimiento o nuestra perdición”.

“Del día que llamaron ‘La noche de los cristales rotos’,  o ‘noche del ‘Progrom del Reich’, sucedida del 9 al 10 de noviembre de 1938, en Berlín, donde vivíamos en esta época, recuerdo que estábamos con mi papá, que era médico. Ese día se lo llevaron y nunca más supimos de él. Un compañero de estudios y luego socio suyo de consultorio, por desgracia resultó miembro de las SS. Eso sucedió en la mañana y mi papá nunca más regresó.

“Sí, esa mañana del 9 de noviembre fue la última vez que vi a mi padre, yo tenía 13 años,  y mi hermana Esther, 11. Y entonces, se complicó la vida de mi madre, la de mi hermana, y la mía.

“La Noche de los cristales rotos”, en alemán: ’Kristallnacht’ o ‘Novemberpogrome’, consistió en  una serie de  ataques perpetrados en la Alemania nazi y en Austria, la noche del 9 al 10 de noviembre de 1938, como ya le dije, llevado a cabo por las tropas de las Sturmabteilung, (SA) y la población civil nazista.

Como se sabe, esa ‘Noche de los cristales rotos’, (‘Kristallnacht’), fue una andanada de ataques dirigidos contra los ciudadanos judíos y sus propiedades, y la destrucción de las sinagogas, a los judíos los apedrearon y les quemaron todo.

Según los Nazis, fue una reacción espontánea de la población tras el asesinato de Ernst vom Rath, Secretario de la embajada alemana en París, perpetrado el 7 de noviembre de 1938 por Herschel Grynszpan, un  joven judío, de origen alemán.

Adolfo Hitler  un genio del mal

Adolfo Hitler un genio del mal

Pero en realidad, estos ataques en serie fueron ordenados por el Canciller, Adolfo Hitler y coordinados por Joseph Goebbels. Los miembros de la Sturmabteilung, la Schutzstaffel, y las Juventudes Hitlerianas, apoyadas por  la Gestapo y otras fuerzas, ejecutaron el macabro plan nazi.

Las asonadas  dejaron las calles cubiertas de vidrios rotos de las vitrinas de los almacenes y de las ventanas de las casas y edificios de los judíos. Unas 1000 sinagogas fueron incendiadas y más de 7.000 almacenes destruidos o semidestruidos. 91 Judíos fueron asesinados  y más de 30.000 fueron detenidos y deportados a los campos de concentración.

Los atacantes saquearon y destruyeron  no solo los hogares  judíos, también sus hospitales y escuelas, demoliendo todo, con mazos.

A la terrible “Kristallnacht”, le siguió una implacable persecución política y económica a la población judía, siendo apenas un “abrebocas” del monstruoso Holocausto generado por los nazis. No hubo familia judía a la que no le asesinaran  por lo menos a uno de sus miembros.

Don Maximiliano había decidido no hablar sobre el holocausto, pero incentivado por su hijo Donald, resolvió romper su silencio.

El, cuenta: “En 1939, dos meses antes de que se iniciara la guerra, nos llevaron forzados al este de Alemania, a la frontera con Polonia, y allá, por la herencia polaca de mi madre nos ordenaron cruzar la frontera, aunque ella había sido nacionalizada alemana en los años 20”.

La invasión de Polonia marcó el principio de la Segunda Guerra Mundial, a partir del  1° de septiembre de 1939. El 2 de septiembre, Francia le declaró la guerra a Alemania, y el 3 Inglaterra hizo lo mismo.

Las casas de los judíos eran registradas una por una, y las familias deportadas. Cuando los nazis ocupaban villas, pueblos o ciudades, antes que nada atacaban y maltrataban a los judíos de la peor manera. No se compadecían con que fueran ancianos, mujeres, o niños; odiaban profundamente a los judíos.

El Señor | continúa: “La realidad fue que muchos de los judíos con raíces polacas, fuimos expulsados de Alemania  y enviados a Polonia, que repito, era el país natal de mi madre..

 “Mi madre intentaba protegernos a mi hermana y a mí”

La Gestapo había ordenado esa concentración. Allá llegamos todos  y al entrar, desde el portón se veían adentro muchos agentes de las SS y de la policía polaca.

Nos recibieron con violencia, hasta el cansancio, nos pegaban muy duro con palos, con las culatas de sus fusiles, con cinturones, o con lo que encontraron; quien más recibió los golpes y el maltrato fue mi madre porque intentaba protegernos a mi hermana y a mí con su cuerpo, cubriéndonos a los dos.

Miembros de las temibles SS

Miembros de las temibles SS

Estuvimos allí varias horas, después de la golpiza  nos llevaron en camiones  del ejército a la cuidad de Ponks, nos trataron como si fuéramos ganado y nos metieron en el gueto que existía en esta ciudad. Según lo que averigüé luego, esta pequeña ciudad no pertenecía todavía a las tierras ocupadas de Alemania, era más conocida porque allí estaba ese gueto.

Los guetos (palabra de origen italiano), fueron instaurados por el gobierno nazi utilizando barrios alejados del centro de las ciudades ocupadas para concentrar y recluir a los judíos que, una vez despojados de sus derechos y sus bienes, eran arrojados por la fuerza a vivir en condiciones de hacinamiento y hambre hasta  cuando eran deportados a los campos de concentración y exterminio nazi.

Don Max, anota: “Era horrible, me acuerdo bien, los encargados, (unas personas judías), nos llevaron a una casa dentro del gueto a vivir allá con un grupo de gente. Nos tocó convivir con otras familias

“Allá había una policía judía que nos hablaba, yo tenía dificultades para entender,  pero mi mamá si entendía muy bien porque hablaban en el idioma idisch, dialecto   alemán con palabras hebraicas y algunas palabras del país donde se está.

“Recuerdo algo que sucedió allí con un señor muy mayor que yo, tenía unos 50 años, yo apenas iba a cumplir los 17. Ese señor con palabras hebraicas gritó: ‘shimá Israel’. “Como yo no había aprendido suficientes cosas sobre la religión Judía, después me explicaron que era un rezo de mucha gente cuando le estaban pidiendo a Dios ayuda. A ese hombre le pegaron tanto que quedó inmóvil en el piso, pero  siguió gritando esas palabras. Sé que no se levantó de allí,  pero como las SS nos trataba muy mal, entonces teníamos miedo de mirar para atrás. Yo solo recuerdo que le dispararon, pero no me atreví a mirar atrás”.

“Allá permanecimos hasta noviembre de 1942, hasta cuando un día que no puedo precisar, nos dieron la orden precisa de estar todos listos para salir de allí a la mañana siguiente.

“Nos metieron a todos en vagones del tren abiertos, que normalmente eran para transportar ganado o carbón, volvíamos sentir los rigores de unos agentes violentos y humillantes que gozaban maltratándonos: Nosotros no sabíamos que íbamos a llegar a Auschwitz. Muchos tampoco sabíamos sobre ese sitio a otros les habían llegado noticias sobre lo que se vivía allí, pero nadie quería creerlo.

“El tren paró en la ciudad de  Cracovia, en Polonia, como unas dos horas; de ahí seguiríamos a Auschwitz. Pero no nos permitieron salir de los vagones. Después, partimos y supe que habíamos llegado a ese campo, porque había un aviso grande que decía Auschwitz, y ahí tuvimos que salir de los vagones.

Don Max como distintos testigos del Holocausto, cuenta que a la entrada de Auschwitz, el complejo de la muerte, había un aviso muy grande, con el lema nazi: ‘Arbeit macht frei’, “El trabajo hace libre”.

“Cuando vimos esa frase, (dice él) nos dio algo de miedo, pero no sabíamos, porque a nosotros nos dijo la policía judía y las SS que íbamos a ser transportados a un sitio de trabajo, y que las familias teníamos que trabajar en ese campo. ¿Haciendo qué? No lo podría decir, porque no lo sabía.

“Eran ya finales del otoño, en noviembre de 1942 cuando nos llevaron  a Auschwitz en esos vagones de un tren de carga”, anota Don Max.

Los nazis seleccionaban a los prisioneros, bajo la supervisión del despiadado Doctor Josef Mengele, para realizar experimentos. En general los niños, los ancianos y los enfermos eran enviados directamente a las cámaras de gas, coordinadas por el SS Hauptscharführer Otto Moll.

Los miembros de las SS abrían los vagones de los trenes y bajaban violentamente a los millares de judíos que llegaban allí por la mañana, y ya en la tarde, sus despojos eran quemados.

Don Maximiliano, narra: “Cuando llegamos a Auschwitz, al bajarnos del tren, personal de las SS fuertemente armados con fusiles y acompañados por furiosos  perros pastores alemanes que nos ladraban ferozmente. Ellos no ocultaban sus sentimientos, nos demostraban odio, su primera reacción era gritarnos dándonos la orden: ¡Los hombres a este lado y las mujeres al otro!

“Me atormentaba una vez más que ni siquiera pude despedirme de mi madre y de mi hermanita y que esa fue la última vez que las vi”, expresa don Max, a quien se le hace un nudo en la garganta y se le humedecen sus ojos  al recordarlo.

“Habíamos llegado al infierno: eso lo comprobé desde el momento en que me separaron de mi madre y de mi hermanita. Aunque nos habían dicho que era un campo de trabajo de familia simplemente, ya sabíamos que no era tal. Ese mismo día nos tocó la selección, era una persona sentada detrás de un escritorio, con uniforme nazi cubierto por sus hombros con un abrigo de piel: ya era invierno, estábamos a finales de noviembre 1942. Este personaje  nos miraba y mostraba con un dedo izquierda o derecha. Y eso  significaba, o  trabajo, o cámara de gas.

“Tiempo después me contaron que el médico que hacia muchas veces esa selección era Joseph Mengele, autor de atroces experimentos en hombres, o en mujeres embarazadas: él era el terror de Auschwitz”.

Cuando  Don Max fue seleccionado, lo enviaron a cuarentena, y luego comenzó a trabajar en condiciones de esclavitud. El, recuerda: ““Al siguiente día de llegar a Stammlager, a todos nos rasuraron la cabeza y el cuerpo por completo, quedamos sin un solo pelo, nos echaron un desinfectante todo el cuerpo. A mí me identificaron con el número 77362, número con el que tatuaron mi brazo, y que desde entonces ha estado conmigo, ha seguido ahí, imborrable.

Luego de este abrebocas, exclusivo para verbienmagazin.com. la extensa historia de Don Max Kirschberg, continúa en varios capítulos del libro de Castro Caycedo; alterna con otras 19, no menos dramáticas, pero al final: todas esperanzadoras.

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