El nefasto legado de César Gaviria

Leyendo en estos días algunos apartes del libro “Senderos de la amapola”, de Mady Samper (Planeta 2000), he recordado una vez más,  lo desastroso que fue el gobierno de César Gaviria para Colombia. La obrita, que se lee rápido pues de los testimonios contenidos en apenas 130 páginas de campesinos colombianos dedicados al cultivo de la amapola en una región conocida como el Cañón de las Hermosas, tiene en muchos de sus protagonistas el común denominador de la crisis del campo, y particularmente del sector cafetero a finales de la década de 1990, como el motor que los llevó a sembrar amapola. Aquello, entre otras cosas, fue consecuencia de la apertura económica salvaje del gobierno Gaviria que dejó en la ruina el campo colombiano.

César Gaviria

César Gaviria

La cosa fue muy sencilla. Los campesinos endeudados con la Caja Agraria, desplazados de sus propiedades embargadas y necesitados de la fuente para el sustento de sus familias, emigraron hacia una zona de Colombia en donde compradores ávidos de una mercancía relativamente nueva en el mercado de los cultivos ilícitos en Colombia, les ofrecían un pequeño capital para sembrar amapola y comprarles luego el látex producto de sus cultivos.

El daño no estaba sólo en la comercialización de un producto base de la morfina y heroína que luego llega al mercado europeo o estadounidense con las consecuencia de todos conocidas. Una mujer de entre  los entrevistados dice: “Entré al Cañón de las Hermosas… cuando eran puras montañas, árboles gigantes, quebradas, arroyos. Todo era muy bonito. Uno veía manadas de patos silvestres, anaranjados…, los árboles amarillos, morados…, esto era un paraíso. No estaba así como hoy se ve, devastado. Uno miraba para lo alto y el cielo no se veía, con esos árboles que impedían que los rayos del sol se filtraran”. Aquel paraíso perdido era también resultado del país que Gaviria dejó “en el camino de la modernidad”.

Pero algo que a casi todo mundo se le olvida en Colombia es también que el señor Gaviria rompió un proceso de paz iniciado con la guerrilla de las FARC en la década de 1980 y que el bombardeo a La Uribe, el santuario de la guerrilla, el 9 de diciembre de 1990, fue un hito en los últimos decenios de violencia que ha vivido Colombia. A lo mejor la historia ponga un día en su justa perspectiva aquello como uno de los más graves errores militares de este país.

Para la memoria de un país olvidadizo recordemos que a finales de 1990, el país llevaba a cabo una negociación de varios años con la insurgencia. La negociación se adelantaba como hoy, en medio de la guerra, pero existía la posibilidad -–también como hoy en La Habana— de negociación en Casa Verde, sede las FARC en esos diálogos. Pero el sorpresivo ataque a los campamentos de La Uribe, en poder de las FARC desde hacía un cuarto de siglo, terminó con ese proceso de paz de varios años en tres días.

Como tantas veces en estos años, el gobierno salió a proclamar la victoria, a asegurar que había roto definitivamente a la insurgencia y otros lugar comunes que ya sabemos de memoria. El resultado fue la radicalización de las FARC que pasaron de tener entonces 2.000 alzados en armas a llegar a casi 20.000. Quién sabe qué habría pasado si aquel proceso hubiese seguido adelante, pero aquella posibilidad perdida de paz fue otra de las herencias del señor Gaviria.

Ya sabemos que en Colombia hay una casta dominante a la cual entró él por un dedo inocente que lo señaló en un funeral, y que esa casta tiene como objetivo único perpetuarse en el poder. Nada de que sorprendernos, pues, si hoy quiere seguir mangoneando, repartiendo cargos y aupando a su hijo (un ignorante, recuérdese su participación en la frustrada reforma de la Justicia), a puestos de responsabilidad tan alta como Planeación Nacional en su ya segura carrera hacia el Palacio Presidencial. Pero da grima ver cómo personajes tan nefastos para este país siguen teniendo semejante ascendente sobre los gobernantes de turno. Allá Santos si sigue doblegado a lo que diga este señor.

No deja de ser simbólico, sin embargo, que el principal legado a su ciudad natal, el viaducto César Gaviria Trujillo, sea el lugar preferido para los suicidas pereiranos. Pocos homenajes más siniestros y apropiados para un expresidente colombiano tan nefasto para este país.

Sobre Juan Restrepo

Periodista. Incorporado al plantel de Televisión Española durante 35 años, fue corresponsal de TVE en Extremo Oriente, Roma; México, desde donde cubrió Centro América y el Caribe; y Bogotá, para la Zona Andina

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