Adiós Antonio Caballero, el analítico de la pluma y el irónico del pincel

Antonio Caballero Holguín: 1945-2021 (Imagen: archivo particular-VBM):

Era muy difícil verle sonreír. Adusto con su sonrisa. Casi que solitario. Amante de España y un gramático perfecto. Poseía una enciclopedia en su cabeza y hacía los análisis más certeros de la vida política nacional. Poco alabador. Medido en cada una de sus expresiones.

Amante del arte de los cúchares. Se le veía en los primeros palcos de las ferias taurinas de Colombia. Podía estar en la plaza de Santamaría, Cañaveralejo, la de Manizales o la de Medellín o en tientas de fincas de ganaderos. No perdía la vista de cada uno de los movimientos para mirar detalladamente los vuelos de los capotes y los quiebres oportunos de los matadores.

A veces, al finalizar una faena intercambiaba unas cortas frases con algún otro aficionado. Tomaba unos apuntes precisos para luego, en su soledad, dedicar varios cuartos de hora para escribir unas crónicas sobre lo que había visto. Personas que no eran aficionadas al toreo le leían para comprender un poco lo que llaman arte a la forma más atrevida de embestir un animal de 500 kilos y darle una muerte con espada, a milímetros de grandes y afilados cuernos.

Pero también salía cada semana con una columna, seguida por miles de personas. Se notaba a leguas la redacción de este cachaco que nació el 15 de mayo de 1945, en el hogar del recordado escritor Eduardo Caballero Calderón e Isabel Holguín.

La redacción estaba en su sangre, lo mismo que el quehacer político. Su tatarabuelo fue el poeta José Eusebio Caro y su bisabuelo, el expresidente y gramático Miguel Antonio Caro. Pero también en su ascendencia figuran los también exmandatarios Carlos Holguín Mallarino y Jorge Holguín.

Pero también militares, periodistas, redactores y gente del arte conforman su árbol genealógico de abolengo capitalino.

¿De qué podían ser las tertulias en su casa los domingos luego de unos suculentos ajiacos, con pollo marinado, crema de leche, alcaparras, guascas y mazorca tierna? Pues del acontecer nacional. Su padre fue escritor y en los colegios los alumnos amantes de la lectura debieron y deben leer sus novelas como “El Cristo de espaldas”, “El arte de vivir sin soñar”, “La penúltima hora”, “Manuel Pacho”, “El buen salvaje”, “Caín”, “Azote del sapo” e “Historia de dos hermanos”.

¿Cómo no podría heredar esa excelsa tarea Antonio Caballero? De otra parte, uno de sus tíos fue Lucas Caballero Calderón, un anacoreta que vivió buenos años de su vida escribiendo ácidas y acertadas columnas sobre la vida política y que atendía a sus visitas con una bata de dormir.

Tenía el prodigio de la caricatura, casi siempre mordaz. Su hermano Luis fue un gran pintor, casi siempre de desnudos y su hermana Beatriz cultivó el arte de la redacción.

Estudió en el Gimnasio Moderno, recordado por ser la cuna del club Los Millonarios y, además, porque era de propiedad de uno de sus parientes, don Agustín Nieto Caballero.

Hizo algunos semestres en la Facultad de Derecho de la Universidad del Rosario, pero emprendió un viaje a París para acompañar a su padre que fue nombrado por el presidente Carlos Lleras Restrepo en un cargo diplomático. Allí estuvo en las marchas de Mayo del 68, situaciones que le llamaron poderosamente la atención. Lo mismo que las situaciones de las revoluciones cubanas y los nacimientos de las guerrillas en Colombia.

Desde 1963 comenzó a escribir en El Tiempo. En 1974 formó parte del equipo inicial de Alternativa, al lado de Enrique Santos Calderón, Daniel Samper Pizano y Jorge Restrepo, entre otros.

En los años ochenta fue columnista de El Espectador y luego fue llamado por Felipe López Caballero, su también pariente, para que escribiera y dibujara en Semana.

Así lo hizo por casi cuarenta años. Su columna era una de las más leídas en esa publicación, pero cuando el grupo empresarial Gilinsky adquirió la publicación, el escritor determinó presentar su carta de renuncia y fue bien recibido por Daniel Samper, Daniel Ospina y Daniel Coronel en el grupo “Los Danieles” donde también comenzó a redactar sus análisis críticos sobre el acontecer nacional.

Fue allí donde escribió dos recordadas columnas, una sobre la realidad de Gustavo Petro y otra sobre Margarita Rosa de Francisco, comentarios que no fueron bien recibidos por los áulicos de estos personajes de la vida política y debió enfrentar la ira de las bodegas de “influenciadores” de la “Colombia Humana”.

Pero así era Antonio Caballero: frentero, firme en sus opiniones, claro, preciso y justo.

Siempre lo acompañó el cigarrillo. Lo prendía en las plazas de toros, las reuniones y hasta en los programas de televisión.

En Inravisión era al único al que le alcahueteaban ese maldito vicio y en varias entrevistas a la cual llegó como invitado, ni el director, ni el coordinador de estudio, ni los camarógrafos ni mucho menos los asistentes le prohibieron que no sacara humo a través de su garganta.

Colombia pierde a un gran intelectual, al hombre de adusta sonrisa, ágil pincel y crítico irónico de la vida nacional.

Sobre Guillermo Romero Salamanca

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